Por Lic. Laura Collavini, Psicopedagoga
Así de simple. Un título. Un rótulo. Es hijo de padres separados, se dice. Y ahí se despierta en muchas expresiones un…¡¡ah!! Esa expresión como si aclarase, como si ahora se pudiera comprender alguna de las reacciones.
Hijo de padres separados. Y cuando lo decimos ya no prestamos atención a que hay un niño o niña detrás. Hay un hijo.
El hijo lleva a mirar a los padres. Y desde ahí intentar conocer cada historia e intentar comprenderla es como explorar un océano. A veces hay silencio, otras, calma, mareas aterradoras u olas divertidas.
Es que es la historia de una pareja la que da esos datos. Una pareja que en algún momento existió. Donde hubo algún tipo de acuerdo. Donde existían algunas sonrisas al menos y que permitió hacer uno o varios proyectos.
Uno de ellos fue un hijo. Más o menos programado, pero habrá sido buscado en algún rincón del alma o del inconsciente. Y la evidencia está en que nació.
Por circunstancias diversas la pareja decide no continuar junta en el camino y el niño suele quedarse con una sensación extraña. Y es aquí donde debemos detenernos.
En el hijo, en ese niño o niña que existe más allá de la historia de la pareja. Es quién merece un papá y una mamá. No un papá o una mamá. Porque la naturaleza decidió que se necesiten un óvulo y un espermatozoide para que se genere un embrión. Y la naturaleza es sabia.
Todo niño tiene derecho a la presencia de sus progenitores, que conforman parte de la identidad.
Y profundicemos este punto. Derecho a la presencia pero, ¿cómo?
Tienen derecho a no escuchar hablar mal de su progenitor ausente y de escuchar reproches que no le corresponden.
Tienen derecho a expresarse libremente sobre lo que le gusta hacer y no con ambos y no esconder información para no provocar celos ni discusión.
Tienen derecho a no escuchar pelear y vivenciar buenos tratos entre ellos.
Tienen derecho a no sentirse un trofeo y percibir los tironeos de poder, reclamos y demás menesteres.
En las separaciones existe un tiempo de pelea, de cierta crueldad o manifestación de aquellas situaciones que
desencadenaron la ruptura.
Tiempos de broncas, discusiones. Debe luego llegar la calma.
Los niños no tienen por qué pagar las deudas de los padres. Ellos tendrán que vivir su propia historia.
En términos generales los niños sienten que ellos son culpables de la ruptura y tienen la fantasía de poder re unirlos.
No es un rótulo ser hijo de padres separados como tampoco lo es ser separado.El rótulo se desencadena, déjenme declarar, por las escasas elaboraciones de los adultos de esa pareja que no funcionó y que no logran arribar a acuerdos adultos.
En las discursos cotidianos como por ej: no me pasa lo que corresponde- le paso más de lo que le corresponde- no ve a su hijo- no me deja ver a mi hijo- trabaja demasiado- por qué no se ocupa él entonces- no se acuerda ni de llamarlo- para qué lo voy a llamar si corta o se niega a hablarme, etc., etc.
En esas situaciones parece haber un hombre y una mujer transformados en papá y mamá que no logran madurar definitivamente. Que algo de sus malestares dejan librados a sus hijos para que lo resuelvan como puedan.
Mamá y papá no asumen en estos casos con claridad los roles de generadores de bienestar y seguridad.
Se suceden entonces llantos, confusiones, angustias, dificultad de saber quién es el otro y qué espera de mí. El otro puede ser un compañero, la docente, el contenido que tengo que aprender, el deporte, todo.
¿Y si pasa todo esto qué se hace? Pedir ayuda. De los amigos, pero también profesional.
Una mirada objetiva puede guiar para transitar un cambio hacia el bienestar que debe comenzar por mamá y papá.
Obviamente es un costo bajo para la salud de quienes más amamos. Nosotros mismos y nuestros hijos. Y quizás sea bueno en ese orden.
Lic. Laura Collavini Psicopedagoga Diseñadora de material didáctico lauracollavini@hotmail.com
http://www.rionegro.com.ar/diario/2009/10/14/1255532086.php
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