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domingo, 24 de enero de 2010

Tele-paternidad


Por Jorge Alcalde 22 de Enero de 2010
Margaret Mead, antropóloga norteamericana conocedora de la evolución de la familia occidental, lo dejó escrito antes de morir (en 1978): "El matrimonio es un contrato, y en la mayoría de las sociedades del mundo se puede rescindir. Pero la paternidad no lo es, y no se puede romper. El intento de las leyes de lograr la muerte civil de un progenitor que no disfruta de la tenencia de sus hijos es imbécil y destructivo".
En un plazo muy breve, las sociedades occidentales nos hemos arrojado a completar una transformación sin precedentes: la configuración de una nueva estructura familiar a la que psicólogos, sociólogos, economistas y juristas han tenido que responder con gran celeridad y, probablemente, no siempre con acierto. Cuando el matrimonio ejerce su función de dominio principal del desarrollo familiar, su influencia sobre cada uno de los miembros de la familia es evidente. Pero cuando, reducido a un contrato, se resquebraja, se cierne sobre la paternidad la amenaza de la devastación. Y, se mire por donde se mire, la sociedad aún no se ha dotado de las herramientas suficientes para hacer que ese trance no dinamite un bien jurídico del que casi nadie habla: la necesidad que tiene un hijo de un padre y un padre de un hijo.
En España la tasa de divorcio supera con creces el 30 por 100 de los matrimonios. Según el informe Iceberg, 400 niños españoles presencian diariamente la separación de sus padres. En Estados Unidos, las tasas de fracaso matrimonial están por encima del 40 por 100. Todos los datos manejados por los expertos al respecto arrojan que dos de cada cinco jóvenes estadounidenses menores de 18 años viven y han crecido sin su padre biológico cerca, bien porque son hijos de madre soltera o viuda o de una pareja que acabó divorciándose. Estamos hablando de 20 millones de niños o adolescentes. La probabilidad de que un niño de raza blanca llegue a la adultez con su padre en casa es del 25 por 100. Si es de raza negra, del 5.

El modo en el que esta realidad afecta a las relaciones padre-hijo está todavía por estudiar en profundidad. Evidentemente, el divorcio supone una nueva perspectiva para la paternidad, y, del mismo modo que la calidad de la relación matrimonial afecta a las relaciones entre vástagos y progenitores, la calidad del divorcio afectará a la futura relación de aquéllos con el padre. Muchos hombres encontrarán disminuida su capacidad de ejercer una paternidad responsable tras la separación. Pero no sería bueno simplificar en extremo las consecuencias de tal trance. También hay muchos hombres que encuentran tras él el cauce adecuado para mantener sus responsabilidades, sus derechos y los de sus hijos intactos y ejercer la paternidad plena aportando, desde una lejanía impuesta, todo aquello que sólo el rol del padre puede aportar al desarrollo de un niño.

La implantación legal de la muerte civil del padre por vía de la tenencia materna de los hijos puede que sea una merecida consecuencia de la falta de un papel social claramente diferenciado para los padres durante el matrimonio. Por eso es tan importante que se identifique con escrupulosa atención el rol paterno en el seno de una relación familiar, sea ésta de la índole que sea (matrimonial, monoparental, heterosexual, homosexual...). Es precisamente la indefinición contemporánea de la tarea paterna, cuando no su dilución intencionada, lo que aboca sin remedio a la virtual desaparición del rol del hombre en la crianza post-divorcio. Si los jueces de hoy en día consideran sistemáticamente que el mejor modo de protección del bien jurídico mayor (el bienestar de los niños) pasa por la tenencia de la madre es porque durante siglos el papel del padre ha sido sometido a toda suerte de devaluaciones.
Desde la psicología, la biología y la sociología, no son pocos los avances que se están produciendo en la búsqueda de un contenido irrenunciable a la condición de padre. Un padre cuya figura dista de ser una réplica masculina de la de la madre y que, en sus diferencias, alberga la mayor riqueza que puede ofrecer al correcto desarrollo emocional de su prole. Sea en casa o desde la impuesta lejanía del tele-padre.
http://findesemana.libertaddigital.com/telepaternidad-1276237397.html

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