El juez deja en libertad al hombre que el sábado amenazó a su padre con una katana y dos cuchillos, pero le impone una orden de alejamiento
23.11.10 - DANIEL VIDAL
CIEZA
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Ginés Torralba salió ayer de los juzgados de Cieza sin saber a dónde ir. El hombre que el sábado intentó, supuestamente, atacar a su padre con varias armas blancas, entre ellas una katana, abandonó el edificio donde prestó declaración ante el juez sin nada en los bolsillos. Ni siquiera telarañas. De hecho, fueron los funcionarios del juzgado y varios periodistas los que tuvieron que dejarle algo de calderilla -además de un cigarro que Ginés se fumó como si fuera el último- para que pudiera coger un autobús, aunque sin rumbo fijo: «es que no sé ni a dónde ir. ¿Ustedes van a Murcia», preguntaba. «Bueno, si debería ir a Fortuna», puntualizaba poco después.
Ginés, al que el juez impuso ayer una orden de alejamiento de 200 metros de su padre durante ocho meses y 50 días de trabajos a la comunidad, negó los hechos en todo momento y dijo que lo único que intentó el sábado fue «que mi padre no saliera de casa, por su propio bien. Es un hombre 'variable' y a ver si le va a pasar algo a él solo...». Sin embargo, los testimonios de los vecinos son bien distintos. Cuatro de ellos acudieron a declarar a los juzgados y, a la salida, aseguraron a 'La Verdad' -algo que luego confirmó, contradiciéndose, el propio Ginés- que la discusión entre padre e hijo se originó por un pollo. Un simple pollo.
Según el presidente de la comunidad de vecinos en la que viven padre e hijo, «Ginés quería matar uno de los pollos que cuidaba el padre, pero Gregorio no quería. Así empezó la discusión». Una riña sin más importancia que acabó, según este vecino, «con Ginés amenazando a su padre. Primero con un tablón, luego con una katana y después con dos cuchillos de grandes dimensiones», aunque el acusado negó que las armas las fuera a utilizar contra su padre. Precisamente fue uno de esos vecinos, según el testimonio que ayer aportó él mismo al juez, el que detuvo a gritos a Ginés cuando éste estaba a punto de estrellar la madera en la cabeza de su progenitor. Los otros tres testigos que ayer fueron citados por el juez explicaron lo mismo cuando fueron preguntados por el magistrado y por el abogado de la defensa, Javier García-Villalba. «No es la primera vez, ni mucho menos. Siempre están gritándose y peleando. Están los dos mal y un día va a pasar una desgracia».
«Júreme que irá a casa»
Gregorio, padre y supuesta víctima, fue el primero en prestar declaración ante el juez mientras su hijo permanecía detenido en los calabozos, esperando su turno. Entró tranquilo, pero salió visiblemente compungido. No quiere estar separado del único hijo que le queda (su hija y su mujer fallecieron) y lo dejó bien claro mientras abandonaba el edificio en el que, por cierto, no pudo ver a Ginés, tal y como él deseaba. «¿Dónde está mi hijo, qué van a hacer con él? Señor -aseguraba Gregorio dirigiéndose al secretario judicial-, júreme usted que irá a casa, júremelo». El funcionario sólo acertó a decir que «le juro que haremos todo lo posible para que así sea, no se preocupe». Pero a Gregorio, a sus 82 años de edad, no se le fue la preocupación con tanta facilidad. «¡No me quiero morir solo, por favor!», sollozaba de camino al coche policial que le devolvería a su casa.
Ginés, por su parte, que entró al calabozo como supuesto autor de un delito contra la integridad moral y malos tratos habituales en el ámbito familiar, salió en libertad de los juzgados un par de horas después que su padre asegurando que todo lo ocurrido este fin de semana era «absurdo». Dijo que «nunca» había pegado a su padre y que lo único que ha hecho siempre ha sido «controlarlo para que no le pasa nada. Yo le controlo a él y él me controla a mí, aunque a veces me trata de forma despectiva y dice que me va a dejar solo». Culpó a los vecinos de «todo» -aunque fueron ellos quienes evitaron una desgracia, según sus declaraciones- y lamentó las dificultades económicas por las que atraviesan él y su progenitor.
Tras charlar un rato con varios periodistas a las puertas de la estación de autobuses, Ginés tiró la colilla al suelo, la apagó con su zapato y se quedó pensando. Probablemente, en todo lo que su padre habría pasado estos dos últimos días. Probablemente, buscando con la mente una cama en la que dormir. Probablemente, y aunque el juez lo prohibió, en volver a su casa, junto a su padre.
http://www.laverdad.es/murcia/v/20101123/comarcas/quiero-morirme-solo-hacer-20101123.html
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