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martes, 5 de enero de 2010

¿Heroínas anónimas o potenciales represaliadas?



Sobre la estigmatización de los varones en la ley de Violencia de Género

JAVIER DÍAZ DAPENA
ABOGADO PENALISTA DE GIJÓN 
Me dirijo y refiero a las distinguidas compañeras cuyos acertados comentarios recoge el artículo publicado el pasado día 28 de diciembre en LNE bajo la rúbrica «Condenados hombres», y que tan celosamente mantienen su anonimato «por miedo a levantar recelos entre los colectivos feministas» (sic).

Nos decís a quién teméis, pero desconozco qué teméis o, dicho de otro modo, qué mal puede haceros el colectivo del que predicáis dicho temor. Según se indica en el artículo referido, sois dos prestigiosas letradas de Oviedo y Gijón que, a grandes rasgos, convenís con las reflexiones hechas públicas por el juez Serrano y relativas a los perniciosos efectos que genera la denominada ley de Violencia de Género, en concreto, la estigmatización que de los varones efectúa la indiscriminada e irreflexiva aplicación de algunas disposiciones de tan injusta y sectaria norma (los calificativos son míos).

Me permito considerar que, entre vuestra numerosa clientela, se encuentran algunas mujeres víctimas de maltrato por parte de sus parejas, pero igualmente me atrevo a suponer que el anunciado temor a ser represaliadas no se referirá a una eventual pérdida de confianza de dicha clientela, pues a buen seguro que esas mujeres maltratadas, o algunas de ellas, tendrán hijos varones y aspirarán a que los mismos no puedan ser injustamente victimizados por sus parejas. Así, desearán que, a diferencia de lo que a ellas les ha ocurrido, a sus hijos no se les discrimine por un género que no han elegido, y sin duda aplaudirán las atinadas reflexiones de sus letradas por cuanto únicamente suponen un canto a la igualdad que tan impunemente se ve profanada por la actual coyuntura.

Y es que nada hay que temer cuando la bandera que se esgrime es la de la igualdad, pues ningún recelo puede hallar cabal sustento (ni entre los colectivos feministas ni entre cualquier otro) si lo que se denuncia es la ausencia de tan esencial valor. ¿De qué os van a acusar?, ¿de traición de género? Debe ser por eso que quien esto escribe no alberga tal temor, pero permitiéndome corregir a la autora del reportaje, nada tiene de paradójico que sea una mujer quien denuncie lo absurdo de la situación creada, pues ante un déficit de igualdad en perjuicio de colectivo tan amplio como el de los varones, de ninguna manera puede predicarse que exista un correlativo beneficio para otro colectivo igual de amplio, el de las mujeres.

Las mujeres de bien, que (como los hombres de bien) son la mayoría, lejos de encontrar algún provecho en esta desigualdad de trato, no vienen sino a sufrir una nueva victimización cuando ven cómo, desde lo que se ha dado en llamar discriminación positiva, tan escaso valor se concede a sus méritos y capacidad que lo mismo se les concede una ayuda en atención exclusiva a su género, como -ante una eventual agresión en la que ocupen respectivamente los papeles de agredida o agresora- se las considere víctimas de un delito o meras autoras de una falta.

Pues qué quieren que les diga, las mujeres de bien que yo conozco, y que son casi todas, aspiran a que se las sitúe en un verdadero plano de igualdad con respecto a los varones, y como ninguna intención tienen de maltratar a sus novios y esposos, ningún provecho obtienen ante la expectativa de que su eventual quebranto legal encuentre menor sanción que el correlativo de sus parejas.

Pero volviendo al tema que ha despertado mi curiosidad (por conocer las ocultas identidades) y sorpresa (por el hecho de la ocultación), me tomaré la licencia de realizar un cariñoso reproche a mis anónimas compañeras, en el lógico entendido de que las revelaciones que en el artículo comentado efectúan aspiran a cambiar la situación objeto de denuncia.

El anonimato de una reflexión, amén de soslayar principio tan eficaz como el de la autoridad de quien la vierte, no provoca la necesaria difusión exponencial del pensamiento que la misma encierra. Así, si en lugar de atribuir la autoría de tan atinadas manifestaciones a «dos prestigiosas letradas de Oviedo y Gijón», se cuenta con sus datos de identidad, tendremos que las muchas personas que en ellas confían (incluidas sus clientes víctimas de maltrato) tendrán ocasión de escuchar (y, por tanto, transmitir) de voces tan autorizadas el riesgo inminente y cierto de que acaben pagando justas por pecadoras y de sufrir una (y ya van tres) nueva victimización, la consistente en que su situación sea permanentemente puesta en tela de juicio y objeto de todo tipo de suspicacias (al tiempo, no otra cosa es lo que ha ocurrido con los accidentes de tráfico, tan dignos de pretérito crédito como de actual desconfianza); precisamente a causa de las cuatro (cuarenta o cuatrocientas que, visto lo visto, es mejor no jugar con los datos) desalmadas que pervierten en su dudoso beneficio ley tan maleable como la referida.

En definitiva, y bien lejos de osar y cuestionar derecho tan esencial como el de permanecer en su repetida situación de anonimato, me gustaría que el riesgo preconizado por mis compañeras no fuese tal, que sus temores fuesen infundados y que la ocultación de identidades obedeciese a un injustificado exceso de celo. Yo, en mi humildad, solamente puedo firmar al pie del presente, pues prefiero ser potencial represaliado que héroe anónimo.

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