Además de los errores macabros de la paridad, el felizmente desaparecido Ministerio de Igualdad nos ha dejado su macabra ley estrella: la nueva ley del aborto
07.11.10 - SUSANA Á. OTERO
PROFESORA TITULAR DE ECONOMÍA FINANCIERA DE LA UNIVERSIDAD DE OVIEDO
Decía mi admirado Oscar Wilde: «En verdad es una vergüenza insufrible que deba existir una ley para los hombres y otra distinta para las mujeres». De vergüenza insufrible calificaría yo los restos del naufragio del felizmente desaparecido Ministerio de Igualdad. Este fracasado ministerio, capitaneado por una fracasada ministra, nos ha dejado sus organismos de igualdad repartidos entre las distintas instituciones, incluida la Universidad. Y lejos de tratar de velar por la igualdad auténtica entre hombres y mujeres, lo que buscan es tomar medidas de discriminación positiva. Lo anterior no hace más que infravalorar la capacidad de la mujer, porque no hay nada que impida a las mujeres, por sí mismas y en ausencia de discriminación negativa, llegar a las cotas más altas de las ciencias o las artes. El derecho a la igualdad está recogido en el artículo 14 de la Constitución y no sólo vela por la no discriminación por cuestión de sexo, sino también nacimiento, raza, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
El rastro que nos ha dejado este ministerio en un entorno no discriminatorio, cual es la Universidad, no deja de ser otro fracaso, consecuencia de la miopía con la que se está tratando actualmente el asunto de la llamada «igualdad de género». La afirmación de la catedrática responsable de la unidad de igualdad de que sin la intervención de estas unidades se tardaría «centenares de años» en lograr la paridad es tan absurda que sólo cabe tomársela a broma. Por mucho que quiera obviar la expresión «discriminación positiva» -porque realmente suena mal- cuando se habla de «políticas transversales» o «acciones positivas» allá donde sea necesario, en el fondo, es lo que están escondiendo. Y eso es un craso error; especialmente en una institución como la Universidad, donde nuestros currículos son homogéneos y transparentes, y nuestros criterios de promoción precisamente igualitarios. Desvirtuar eso es sencillamente tomarnos a las mujeres por seres inferiores. La necesidad de ir contratando cada vez más mujeres en los distintos equipos departamentales, decanales o rectorales cae por su propio peso; por la presencia creciente de la mujer, no sólo en las aulas, sino también en el profesorado. La promoción profesional, sin discriminación de ningún tipo -ni positiva, ni negativa- es lo verdaderamente igualitario. No es relevante si en un momento dado somos el 50% o no, sino que la promoción se haga con criterios objetivos. Los empecinamientos paritarios no son necesariamente positivos para la mujer. Sirva como ejemplo que aupar a lo más alto de un ministerio a una mujer tan mediocre como Bibiana Aído, no hace otra cosa más que dar argumentos a los misóginos -que haberlos, haylos todavía, aunque sean minoría- sobre la incapacidad profesional de las mujeres.
Además de los errores macabros de la paridad, el felizmente desaparecido Ministerio de Igualdad nos ha dejado su macabra ley estrella: la nueva ley del aborto. Otro ejemplo de discriminación legal entre hombres y mujeres. Ampliar nuestra «licencia para matar» no es, a mi juicio, defender la igualdad. En primer lugar, ¿qué avance representa esta ley? ¿De veras se necesitan 14 semanas para tomar una decisión? ¿Se han sentado las afectadas 14 horas seguidas en una silla a pensar en ello? Yo creo que no; si lo hicieran, comprobarían que cunde mucho.
Declaraba en un programa de televisión una niña de 15 años, de espaldas a la cámara, que quería abortar porque tener un hijo le estropearía la vida. Cabe preguntarse por qué una niña de 15 años tiene relaciones sexuales completas; dejando tal cuestión al margen, el problema no es que los jóvenes no dispongan de información, sino que no les da la gana usarla. Seguramente, esa niña no tendrá dificultades para colgar fotos en Facebook, administrar un blog o cargar un vídeo en Youtube y, sin embargo, tiene graves problemas para aplicar unos métodos, ya sea naturales o artificiales, que además de sencillos, son perfectamente eficaces para prevenir el embarazo. Por consiguiente, con esta ley, sólo se han logrado dos cosas: ooner paños calientes a un acto de irresponsabilidad que es engendrar un hijo sin desearlo y facilitar el negocio de unos galenos que, formados con la ayuda de las arcas públicas, se dedican al lucrativo oficio de 'matasanos'. Y nunca mejor dicho; porque abortar un feto sano de 14 semanas es una total aberración. No tiene vuelta de hoja.
He dado a luz hace unos días otra criatura y lo cierto es que las ecografías en 4D permiten a un ojo no experto ver muy claramente un feto humano a la altura de las 14 semanas, a pesar de la opinión de la ex ministra, que lo llama ser vivo, pero no ser humano. El día de la aprobación de esta macabra ley, la imagen de las ministras de cuota, haciéndose arrumacos y carantoñas, sin el más mínimo escrúpulo, sin percatarse de la controversia de esta ley, que no es un debate de izquierdas y derechas, sino un tema ético y moral, llamó la atención de mucha gente; la mía también. Esas ministras que se felicitaban por semejante despropósito legal lograron, por un momento, lo que conmigo jamás logrará un hombre, por mucho empeño que ponga: hacerme sentir vergüenza de ser mujer. Traté de superar tal sentimiento de vergüenza, acompañado de una arcada, que tuve que sumar a las náuseas de mi embarazo, intentando convencerme a mí misma de que eso no es la realidad. Que esta ley, al igual que el desaparecido ministerio, no es necesaria. Que la inmensa mayoría de las mujeres nos quedamos embarazadas cuando lo deseamos y porque lo deseamos, y que cuando tal cosa sucede sabemos que no algo, sino alguien muy importante ha llegado y determinará para siempre nuestra existencia.
Alertaba Amin Maalouf, en el discurso pronunciado en la entrega de los recientes Premios Príncipe de Asturias, sobre el peligro de retroceso ético en este siglo, que no va a la par de los avances científicos y tecnológicos. Esta ley es un perfecto ejemplo de dicho retroceso. En definitiva, un fracaso de ministerio, con una fracasada ministra, que ha dejado, entre otras lindezas, esta desastrosa ley que refleja un fracaso social personificado donde más me duele: en la mujer. Esto es, un fracaso femenino.
http://www.elcomerciodigital.com/v/20101107/opinionarticulos/fracaso-femenino-20101107.html
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