07.11.10 -E. MONTES
OVIEDO.
El juez Emilio Calatayud se hizo sin dificultad con un auditorio de docentes del sindicato educativo ANPE
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Es como un vendaval. De pasión y de sentido común. Tan arrasador que, en ocasiones, las palabras se agolpan en su garganta hasta el punto de amenazar con ahogar su voz. Pero no. De repente se recupera, su entonación se restablece y vuelve a convertir sus reflexiones en una trenza de crítica, ironía, gravedad y gracejo andaluz. Cuentan que Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) se convirtió en el singular juez de Menores que hoy es porque su padre le envió al colegio Campillos de Málaga cuando tenía 13 años y aureola de díscolo. Tanto le marcó la experiencia de aquel centro reconocido como estricto correccional, que hoy condena a sus chavales a trabajos comunitarios tales como limpiar la fachada de su juzgado por arrancar una rejilla en un edificio público o impartir 100 horas de clase a estudiantes de Informática por 'hackear' empresas granadinas ocasionando pérdidas por valor de 2.000 euros.
De ahí que el invitado de honor de la undécima edición del Homenaje al Docente que anualmente organiza ANPE se convirtiera ayer en una suerte de experto juez y avispado sociólogo que, a base de retratos tan hilarantes como serios, despertó enormes complicidades y risas. «Le estamos quitando autoridad a los padres en el momento en que les estamos exigiendo mayor responsabilidad. Hemos llegado al absurdo de confundir un cachete con un maltrato», afirmó Calatayud, al tiempo que pedía a los legisladores que «me digan cómo evitar que un niño de tres años meta los dedos en un enchufe sin caer en el maltrato». Y hasta bromeó con el hecho de que un hijo pueda denunciar a sus padres por mirarle el móvil.
Educado en la disciplina de que «si no quieres la sopa en la comida, la meriendas y la cenas hasta que la comas», el juez se definió a sí mismo, con 54 años, como «la generación perdida: hemos pasado de ser esclavos de de nuestros padres a esclavos de nuestros hijos». Pero ello no fue óbice para que criticara agriamente «el abuso de los derechos» y «la dejadez de los deberes», porque «nos ha dado miedo decir que no», porque tenemos «complejo de joven democracia» y no resulta moderno ejercer la autoridad. «Si yo soy amigo de mis hijos dejo a mis hijos huérfanos», sentenció, al tiempo que arrancó la única interrupción de su monólogo cuando señaló que «no somos todos iguales, no podemos serlo. El maestro no puede ser igual que el alumno, aunque sólo fuera por conocimientos, antigüedad y edad».
Y en ese sentido, agradeció a las comunidades que han legislado el reconocimiento a la autoridad del docente, pero añadió que «no es necesario porque ya está legislado. En el Código Penal. El artículo 24 define al funcionario público, y el profesor lo es. Y el artículo 550 dice que la agresión a un funcionario público es un delito de atentado. Está claro».
Al final, enmarcado entre un decálogo de «consejos para crear un pequeño delincuente» y un marasmo de contradicciones legales con los menores -«es una barbaridad que a los 13 años se pueda consentir relaciones sexuales y, sin embargo, tenga que acudir al juzgado acompañados de sus padres»-, Emilio Calatayud abogó «por un pacto por el menor más que por un pacto por la educación meramente académica, porque estamos muy mal educados», de ahí que el 80% de los chavales que juzga «cometen delitos pero no son delincuentes». Pero concluyó que «mientras los jueces de menores sean los menores de los jueces; los maestros los menores de los catedráticos y el político de menores el menor de los políticos, la cosa no va a ir bien».
http://www.elcomerciodigital.com/v/20101107/asturias/hemos-llegado-absurdo-confundir-20101107.html
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