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viernes, 28 de octubre de 2011

Los hijos como mercancía

Miércoles 19 de octubre de 2011  
MANUEL MOLINA DOMÍNGUEZ Demasiados divorcios se convierten todavía en un viaje al corazón de las tinieblas que haría palidecer al de Conrad. Porque quienes atraviesan dichos procesos, sea como particulares o incluso como profesionales (salvo que carezcan de un mínimo de sensibilidad y empatía), comprueban consternados hasta donde puede llegar la naturaleza humana en situaciones en que para algunos/as todo vale. Y no me refiero a la habitual campaña de difamación de que suele ser víctima el más callado de los cónyuges por parte del otro; y que hace que terceros, cómplices de la infamia, prejuzguen y condenen, olvidando que en toda historia hay siempre dos versiones; al fin y al cabo, como decía Gómez de la Serna, "a todo mentiroso lo acaba curando un sordo". Ni al deporte de hacer leña del árbol caído, en el que participan con fruición ciertos individuos –algunos exparientes políticos, incluidos– tratando de desahogar así sus propias frustraciones domésticas y personales.
Hablo de algo infinitamente peor: comprobar cómo la propia persona con quien se decidió compartir la vida y se han vivido los momentos más bonitos que se puedan imaginar –el nacimiento de los hijos y sus primeros años de vida– es capaz de utilizar a los pequeños como instrumento para obtener beneficios, o como arma para hacer daño. Manipulación de los hijos, que es otra forma más de maltrato infantil, porque no sólo provoca perjuicios al otro cónyuge, sino especialmente a los propios menores. En esos casos el mensaje habitual suele ser: "si no pagas aún más (aunque no puedas), apenas verás a tus hijos". Es decir, que no importa que te esfuerces a contribuir hasta el límite de tus posibilidades. Resígnate: o pagas más –siempre más–, o prepárate a batallar judicialmente durante meses o años, mientras la infancia de tus hijos se va diluyendo en el tiempo sin remedio.
Y qué decir de los obstáculos añadidos al ya de por sí arduo camino: ¿de esos/as "asesores técnicos" de la administración (contadas –pero vergonzosas– excepciones entre sus habitualmente imparciales colegas) que "desaconsejan" custodias sin dar motivo sólido alguno y con excusas ambiguas? (¿mera arbitrariedad, o encargo ad hoc? El tiempo y un poco de tenacidad hacen que la verdad, como el aceite, acabe saliendo a flote); ¿Y de esos seres (también desafortunadas excepciones en su gremio) que aunque no dictan sentencias, sí influyen, y que mientras se atusan el pelo y responden mensajes de móvil (a veces queda videograbado ¡Alabada sea la tecnología!) parecen pensar: "¿Qué se habrá creído este Kramer aficionado, al atreverse a solicitar delante de mí (con lo JASP que soy) participar en la guarda y custodia de sus hijos?". ¿Y de quien –desde alguna más alta instancia, creyéndose en el anonimato– pretende "castigar" económicamente al atrevido progenitor con el muy "científico" razonamiento de que "si ofreció contribuir con X euros, es que puede abonar X multiplicado por 3", haciendo así que paguen justos por pecadores? (suerte que, en lugares pequeños, la cola en el súper nos acaba igualando a todos). En fin, toda una recua de personajes que poblarían las pesadillas de cualquier ser humano (jurista o no) con un mínimo de ideales.
Afortunadamente, juzgados y tribunales se han venido adaptando progresivamente en sus sentencias a la realidad social de la igualdad entre padres y madres respecto a los hijos (impidiendo, además, injustificables abusos o revanchas que perjudican sobre todo a los menores). Y, así mismo, cada vez más cónyuges –tanto hombres como mujeres– que se divorcian se niegan a participar en tales ignominias. Pero, especialmente en esos casos tan sensibles, el papel de los profesionales de la abogacía es fundamental; y –entre otras cosas– debería consistir en convencer a los clientes (mujeres y hombres) de que esa utilización instrumental de los hijos es inaceptable, y de que éstos deben quedar siempre al margen de controversias económicas y rencillas personales. Negándose, en caso contrario, a asumir la defensa del asunto (aunque se trate de una medida poco comercial). Me consta que la inmensa mayoría de abogados y abogadas piensa de ese modo y actúa coherentemente. Pero ojalá algún día esa convicción sea completamente unánime. Porque ese día se evitarán terribles sufrimientos a muchos padres y madres que quieren a sus hijos. Y –más importante aún– graves daños y carencias a los menores implicados sin culpa alguna en dichos procesos.
http://www.diariodemallorca.es/opinion/2011/10/19/hijos-mercancia/712903.html

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