Jóvenes inmigrantes en un centro de detención en la localidad griega de Filakio noreste, cerca de la frontera entre Grecia y Turquía.
Foto: AP
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BRUSELAS, (apro).- “Una ocasión intenté fugarme, pero me atraparon cinco minutos después”, narra un jovencito de 17 años recluido en el campo de detención para inmigrantes ilegales de Soufli, en Grecia.
El menor de edad fue violentamente castigado por los guardias griegos: “Me dieron muchos golpes en el cuello, en las piernas y en la cabeza. Me patearon. Durante cuatro horas me amarraron de las manos a los barrotes de una celda; me echaron agua”.
La tortura prosiguió: “Me levantaron y me llevaron con los otros detenidos. Fui golpeado otros 30 minutos o una hora; todos me golpearon. No me quisieron llevar con un doctor. Me lastimaron los dedos y me arrancaron una uña: durante dos semanas no pude dormir porque sentía un dolor insoportable”.
Otro menor de la misma edad, encerrado en un centro de detención similar en Fylakio, localizado a 12 kilómetros de la frontera griega con Turquía, relató que había huido de Eritrea, su país natal, porque no había nada qué comer, y además tenía miedo de hacer su servicio militar.
Describió su vida en Fylakio: “No hay suficiente agua. A veces pasamos horas sin tener agua y nos traen agua sucia para beber. Un día me enfermé y durante cinco días estuve suplicando que me atendiera un médico. Nunca lo trajeron. Hace poco tuvimos que iniciar una huelga para exigir que nos den acceso a doctores y teléfonos”.
Evocó la brutalidad policiaca: “Ayer surgieron problemas y nos tuvimos que poner en huelga otra vez. Los guardias nos sacaron de las celdas y nos catearon. El cateo fue violento y a mí me apalearon. No traigo zapatos porque los perdí; los guardias nos ordenaron que nos los quitáramos y luego ya no pude recuperarlos”.
Esos son algunos de los dramáticos testimonios de niños inmigrantes encerrados en campos de detención administrados por el gobierno griego con el apoyo de policías de Frontex –la agencia de cooperación operativa de las fronteras exteriores de la Unión Europea (UE)– y que recoge un reporte de la organización Human Rights Watch (HRW).
En total, los activistas identificaron 120 casos de menores de edad, sin acompañantes, detenidos en condiciones contrarias a las leyes internacionales de derechos humanos en los centros para migrantes ilegales de Venna y Fylakio, así como en los puestos migratorios de policía de Tychero, Feres y Soufli, ubicados todos ellos en la región de Evros, fronteriza con Turquía.
El reporte, presentado el 21 de septiembre último en Bruselas como resultado de las visitas que realizaron activistas de HRW a dichos campos de detención, es rico en testimonios.
Un niño de 14 años, originario también de Eritrea, llevaba 26 días encarcelado en el centro de Fylakio cuando lo entrevistaron los enviados de la mencionada organización defensora de los derechos humanos. Los tres primeros días, luego de su captura, durmió en el suelo; ahora compartía un camastro con un somalí, un bangladeshí, un egipcio, un afgano y un paisano suyo. Como no caben todos al mismo tiempo, unos duermen por la mañana y otros por la noche, en un espacio donde 83 inmigrantes se reparten 30 camas sucias e incómodas.
Comentó sobre sus condiciones de estancia: “No hay manera de salir a un patio a tomar aire fresco y es imposible usar los excusados porque están desbordados de inmundicias. No podemos lavarnos los dientes porque no tenemos acceso a cepillos: los guardias se quedaron con nuestras pertenencias cuando ingresamos al centro. Sólo hay agua fría y no hay jabón. Lo peor del caso es que no nos dicen cuánto tiempo vamos a seguir aquí encerrados. Cada semana nos dicen: ‘una semana más’”.
“Una noche vinieron los guardias y me pegaron. Primero eran dos y después llegaron otros dos. No supe por qué. Sucede en las noches: nos llevan al cuarto donde están los teléfonos y nos apalean”, cuenta un niño afgano detenido igualmente en Fylakio.
Recuerda: “Hace una semana no podíamos dormir. Éramos cuatro o cinco; gritábamos porque aquí adentro te vuelves loco, nuestras condiciones de detención son malas. Nos agarraron por eso. Eran muchos guardias. Me golpearon con una macana y tres o cuatro policías me patearon los muslos”.
Un pequeño afgano de 14 años platicó que el excusado de su celda estaba roto y el agua putrefacta se salía. “Hay un olor muy feo. Si una persona vive aquí, es 100% seguro que se enferma”. El muchacho llevaba 43 días detenido en Fylakio.
Otro chico afgano de 16 años había sido detenido 18 días antes en ese campo. Durante todo ese tiempo, sólo una ocasión había podido salir una vez de su celda. “La cama –se quejó– está sucia, realmente sucia, y en dos camas dormimos cuatro personas”.
Dos menores de 16 años, uno de Irán y otro de Irak, relataron en una misma charla con los activistas que habían rebasado 50 días de detención. Dormían en el día y tenían que comprar jabón para uso personal a un precio de un euro la pieza. No disponían de pasta de dientes y tampoco de ropa para mudarse. Durante siete días habían tenido que dormir en el baño porque no había lugar en otra parte.
Abusos europeos
En sus visitas, los representantes de HRW recogieron directamente 65 testimonios, algunos de los cuales aparecen publicados en su reporte titulado Las manos sucias de la UE.
Entre el 2 de noviembre de 2010 y el 2 de marzo de este año, más de 12 mil inmigrantes clandestinos que entraron vía terrestre a Grecia desde Turquía fueron detenidos e internados en instalaciones que, acusa HRW, “no cumplen los mínimos estándares de respeto a los derechos humanos”, y recuerda que la propia Corte Europea de Derechos Humanos ha fallado contra Grecia por los “tratos inhumanos y degradantes” asociados a tales centros migratorios.
No obstante esos cuestionamientos, Frontex envió a Grecia 175 guardias fronterizos y apoyo logístico proveniente de Noruega y los Estados miembros de la UE, lo que “facilitó la detención de migrantes (ya condenados) en condiciones inhumanas y de sobrepoblación en centros griegos”.
Dicha misión, conocida como RABIT por el acrónimo en inglés de Equipo de Intervención Rápida Fronteriza (Rapid Border Intervention Team), comprende acciones de “coordinación, investigación y vigilancia”, pero también implicó la aportación de camionetas, autobuses, patrullas y un helicóptero utilizados para la captura y transportación de clandestinos.
De acuerdo con los manuales de tal operación, los agentes de Frontex están autorizados a capturar inmigrantes a condición de que en sus vehículos viaje al menos un oficial griego, y deben entregarlos a las autoridades locales que los conducirán a los centros cerrados.
Frontex está presente en esa región griega desde octubre de 2010. La operación RABIT fue instrumentada de urgencia ante la llegada masiva de inmigrantes a Grecia, y tenía que finalizar el 2 de diciembre pasado, pero se extendió hasta el 2 de marzo.
Posteriormente se estableció una fuerza permanente de Frontex con los mismos objetivos que en situación de emergencia.
El Consejo de la UE (el órgano de representación de los 27 gobiernos asociados) y el Parlamento Europeo discuten actualmente adaptar el reglamento de Frontex para otorgarle mayores competencias y que pueda “iniciar y llevar a cabo operaciones conjuntas y proyectos piloto”.
El pasado 13 de septiembre el Parlamento Europeo adoptó medidas en ese sentido, pero el grupo de Izquierda Unitaria acusó “el pobre historial de derechos humanos” de esa agencia, y consideró que Frontex simbolizaba “una política equivocada” para los refugiados de Europa.
La eurodiputada Franziska Keller, en representación del grupo del Partido Verde Europeo, calificó las medidas propuestas como “tibias y poco convincentes” para garantizar los derechos humanos de los inmigrantes.
“Desafortunadamente –dijo en un comunicado– los gobiernos de la UE no están dispuestos a incluir medidas suficientes y vinculantes que aseguren los derechos fundamentales como parte de la revisión legislativa del mandato de Frontex”.
Sobrepoblación
El general brigadier Georgios Salamagkas recibió a los activistas de HRW en el centro de Fylakio. Aseguró que había 450 inmigrantes detenidos en ese momento. Sin embargo, la Agencia para los Derechos Fundamentales de la UE establece que la capacidad máxima en ese centro es de 375 personas; incluso un alto oficial de Frontex, Leszek Szymanski, afirmó que ese límite era de 320 individuos.
Las celdas estaban muy sobrepobladas, expone el reporte, y estaban equipadas con filas de literas. A diferencia de los campos de Tychero, Feres y Soufli, las autoridades habían separado a hombres y mujeres solas en sitios diferentes, pero en la mayor parte de las celdas habían mezclado a niños solos con adultos sin parentesco con ellos, así como a familias con hombres solos.
“A nuestra llegada –comenta el reporte– muchos detenidos se pegaban a los barrotes de sus celdas; gritaban, ansiosos de ser los elegidos para que los entrevistáramos. La atmósfera era tensa. El día previo habían tenido lugar algunos disturbios.
“El suelo –continúa la descripción del lugar– estaba mojado con aguas negras. Los guardias griegos nos dijeron que los internos habían quebrado los excusados mientras protestaban a causa de sus condiciones de detención. El olor era insoportable y los guardias usaban mascarillas quirúrgicas cuando ingresaban al largo pasillo donde se ubican las celdas”.
La organización había reportado que en una visita anterior al mismo centro, en octubre de 2010, sus activistas habían constatado incluso la presencia en el suelo de heces fecales y orina.
La estación migratoria de Tychero se localiza a tres kilómetros de la frontera. Durante su estadía, los enviados de HRW reportaron que fueron testigos de cómo los policías griegos encerraban a inmigrantes en dos celdas que no habían sido diseñadas para detener gente, sino para almacenar cosas. Había poca luz y no había camas. Contabilizaron 130 detenidos en una instalación con capacidad para recibir 48, según datos de las propias autoridades.
El reporte detalla: “Los migrantes duermen en pedazos de cartón o directamente sobre el suelo de concreto. Los guardias griegos confirmaron que los detenidos tenían que orinar en botellas porque no tenían acceso a baños. Los detenidos nos enseñaron una esquina donde orinaban. Observamos un guardia que escoltaba a un grupo de migrantes desde sus celdas hasta un campo cercano para que defecaran”.
Un adulto iraquí con 48 días de detención contó: “Vengo de un país en guerra, pero nunca había vivido este sufrimiento. A menos que te desmayes, nunca podrá venir un médico a revisarte. No hay electricidad ni agua. Tenemos que tomar del mingitorio”.
En la estación de Feres hay cupo para 30 migrantes, pero en el momento de la visita de HRW había aprehendidos 97, y durante el verano, que es la temporada con mayor flujo migratorio ilegal, ese número crece a 120. Mujeres y hombres son encerrados sin distingo en las celdas.
Un hombre de 50 años, proveniente de Georgia, había sido capturado 12 días antes, luego de haber estado en Grecia para recibir un “tratamiento médico”, platicó.
Confesó al activista que lo entrevistó: “No te puedes imaginar qué tan desagradable y difícil es para mí estar aquí. No es posible ducharse. No sé que me pasará. Todos fuman aquí adentro. Hay también mujeres jóvenes y no es apropiado que estén en el mismo lugar con estos hombres. No puedo dormir en las noches, solo me siento sobre un colchón”.
Un iraní de 22 años narró que una ocasión se agarró a golpes con otro detenido. Los guardias llegaron y sacaron a todos de las celdas y los apalearon sin distinción. Un policía griego confirmó esa práctica a los enviados de HRW. Dijo que los detenidos se peleaban todas las noches y que ellos tenían que entrar a las celdas y golpear a todos los detenidos por igual.
Peor aún, el comandante en jefe de la estación migratoria de Feres, Spiridon Daskaris, explicó que Grecia estaba siendo afectada por una crisis económica muy fuerte, por lo que sus autoridades no tenían la capacidad de ofrecer mejores condiciones de detención a los inmigrantes ilegales.
Argumentó: “Debemos dinero a los servicios de lavandería y de alimentación. Los detenidos no tienen jabón porque el supermercado que nos provee está harto de fiarnos. Nosotros pedimos y pedimos. Muchos compran (artículos de primera necesidad) con su propio dinero, y cuando conseguimos apoyo económico no es por parte del Estado griego… sino de particulares”.
http://www.proceso.com.mx/?p=284384
El menor de edad fue violentamente castigado por los guardias griegos: “Me dieron muchos golpes en el cuello, en las piernas y en la cabeza. Me patearon. Durante cuatro horas me amarraron de las manos a los barrotes de una celda; me echaron agua”.
La tortura prosiguió: “Me levantaron y me llevaron con los otros detenidos. Fui golpeado otros 30 minutos o una hora; todos me golpearon. No me quisieron llevar con un doctor. Me lastimaron los dedos y me arrancaron una uña: durante dos semanas no pude dormir porque sentía un dolor insoportable”.
Otro menor de la misma edad, encerrado en un centro de detención similar en Fylakio, localizado a 12 kilómetros de la frontera griega con Turquía, relató que había huido de Eritrea, su país natal, porque no había nada qué comer, y además tenía miedo de hacer su servicio militar.
Describió su vida en Fylakio: “No hay suficiente agua. A veces pasamos horas sin tener agua y nos traen agua sucia para beber. Un día me enfermé y durante cinco días estuve suplicando que me atendiera un médico. Nunca lo trajeron. Hace poco tuvimos que iniciar una huelga para exigir que nos den acceso a doctores y teléfonos”.
Evocó la brutalidad policiaca: “Ayer surgieron problemas y nos tuvimos que poner en huelga otra vez. Los guardias nos sacaron de las celdas y nos catearon. El cateo fue violento y a mí me apalearon. No traigo zapatos porque los perdí; los guardias nos ordenaron que nos los quitáramos y luego ya no pude recuperarlos”.
Esos son algunos de los dramáticos testimonios de niños inmigrantes encerrados en campos de detención administrados por el gobierno griego con el apoyo de policías de Frontex –la agencia de cooperación operativa de las fronteras exteriores de la Unión Europea (UE)– y que recoge un reporte de la organización Human Rights Watch (HRW).
En total, los activistas identificaron 120 casos de menores de edad, sin acompañantes, detenidos en condiciones contrarias a las leyes internacionales de derechos humanos en los centros para migrantes ilegales de Venna y Fylakio, así como en los puestos migratorios de policía de Tychero, Feres y Soufli, ubicados todos ellos en la región de Evros, fronteriza con Turquía.
El reporte, presentado el 21 de septiembre último en Bruselas como resultado de las visitas que realizaron activistas de HRW a dichos campos de detención, es rico en testimonios.
Un niño de 14 años, originario también de Eritrea, llevaba 26 días encarcelado en el centro de Fylakio cuando lo entrevistaron los enviados de la mencionada organización defensora de los derechos humanos. Los tres primeros días, luego de su captura, durmió en el suelo; ahora compartía un camastro con un somalí, un bangladeshí, un egipcio, un afgano y un paisano suyo. Como no caben todos al mismo tiempo, unos duermen por la mañana y otros por la noche, en un espacio donde 83 inmigrantes se reparten 30 camas sucias e incómodas.
Comentó sobre sus condiciones de estancia: “No hay manera de salir a un patio a tomar aire fresco y es imposible usar los excusados porque están desbordados de inmundicias. No podemos lavarnos los dientes porque no tenemos acceso a cepillos: los guardias se quedaron con nuestras pertenencias cuando ingresamos al centro. Sólo hay agua fría y no hay jabón. Lo peor del caso es que no nos dicen cuánto tiempo vamos a seguir aquí encerrados. Cada semana nos dicen: ‘una semana más’”.
“Una noche vinieron los guardias y me pegaron. Primero eran dos y después llegaron otros dos. No supe por qué. Sucede en las noches: nos llevan al cuarto donde están los teléfonos y nos apalean”, cuenta un niño afgano detenido igualmente en Fylakio.
Recuerda: “Hace una semana no podíamos dormir. Éramos cuatro o cinco; gritábamos porque aquí adentro te vuelves loco, nuestras condiciones de detención son malas. Nos agarraron por eso. Eran muchos guardias. Me golpearon con una macana y tres o cuatro policías me patearon los muslos”.
Un pequeño afgano de 14 años platicó que el excusado de su celda estaba roto y el agua putrefacta se salía. “Hay un olor muy feo. Si una persona vive aquí, es 100% seguro que se enferma”. El muchacho llevaba 43 días detenido en Fylakio.
Otro chico afgano de 16 años había sido detenido 18 días antes en ese campo. Durante todo ese tiempo, sólo una ocasión había podido salir una vez de su celda. “La cama –se quejó– está sucia, realmente sucia, y en dos camas dormimos cuatro personas”.
Dos menores de 16 años, uno de Irán y otro de Irak, relataron en una misma charla con los activistas que habían rebasado 50 días de detención. Dormían en el día y tenían que comprar jabón para uso personal a un precio de un euro la pieza. No disponían de pasta de dientes y tampoco de ropa para mudarse. Durante siete días habían tenido que dormir en el baño porque no había lugar en otra parte.
Abusos europeos
En sus visitas, los representantes de HRW recogieron directamente 65 testimonios, algunos de los cuales aparecen publicados en su reporte titulado Las manos sucias de la UE.
Entre el 2 de noviembre de 2010 y el 2 de marzo de este año, más de 12 mil inmigrantes clandestinos que entraron vía terrestre a Grecia desde Turquía fueron detenidos e internados en instalaciones que, acusa HRW, “no cumplen los mínimos estándares de respeto a los derechos humanos”, y recuerda que la propia Corte Europea de Derechos Humanos ha fallado contra Grecia por los “tratos inhumanos y degradantes” asociados a tales centros migratorios.
No obstante esos cuestionamientos, Frontex envió a Grecia 175 guardias fronterizos y apoyo logístico proveniente de Noruega y los Estados miembros de la UE, lo que “facilitó la detención de migrantes (ya condenados) en condiciones inhumanas y de sobrepoblación en centros griegos”.
Dicha misión, conocida como RABIT por el acrónimo en inglés de Equipo de Intervención Rápida Fronteriza (Rapid Border Intervention Team), comprende acciones de “coordinación, investigación y vigilancia”, pero también implicó la aportación de camionetas, autobuses, patrullas y un helicóptero utilizados para la captura y transportación de clandestinos.
De acuerdo con los manuales de tal operación, los agentes de Frontex están autorizados a capturar inmigrantes a condición de que en sus vehículos viaje al menos un oficial griego, y deben entregarlos a las autoridades locales que los conducirán a los centros cerrados.
Frontex está presente en esa región griega desde octubre de 2010. La operación RABIT fue instrumentada de urgencia ante la llegada masiva de inmigrantes a Grecia, y tenía que finalizar el 2 de diciembre pasado, pero se extendió hasta el 2 de marzo.
Posteriormente se estableció una fuerza permanente de Frontex con los mismos objetivos que en situación de emergencia.
El Consejo de la UE (el órgano de representación de los 27 gobiernos asociados) y el Parlamento Europeo discuten actualmente adaptar el reglamento de Frontex para otorgarle mayores competencias y que pueda “iniciar y llevar a cabo operaciones conjuntas y proyectos piloto”.
El pasado 13 de septiembre el Parlamento Europeo adoptó medidas en ese sentido, pero el grupo de Izquierda Unitaria acusó “el pobre historial de derechos humanos” de esa agencia, y consideró que Frontex simbolizaba “una política equivocada” para los refugiados de Europa.
La eurodiputada Franziska Keller, en representación del grupo del Partido Verde Europeo, calificó las medidas propuestas como “tibias y poco convincentes” para garantizar los derechos humanos de los inmigrantes.
“Desafortunadamente –dijo en un comunicado– los gobiernos de la UE no están dispuestos a incluir medidas suficientes y vinculantes que aseguren los derechos fundamentales como parte de la revisión legislativa del mandato de Frontex”.
Sobrepoblación
El general brigadier Georgios Salamagkas recibió a los activistas de HRW en el centro de Fylakio. Aseguró que había 450 inmigrantes detenidos en ese momento. Sin embargo, la Agencia para los Derechos Fundamentales de la UE establece que la capacidad máxima en ese centro es de 375 personas; incluso un alto oficial de Frontex, Leszek Szymanski, afirmó que ese límite era de 320 individuos.
Las celdas estaban muy sobrepobladas, expone el reporte, y estaban equipadas con filas de literas. A diferencia de los campos de Tychero, Feres y Soufli, las autoridades habían separado a hombres y mujeres solas en sitios diferentes, pero en la mayor parte de las celdas habían mezclado a niños solos con adultos sin parentesco con ellos, así como a familias con hombres solos.
“A nuestra llegada –comenta el reporte– muchos detenidos se pegaban a los barrotes de sus celdas; gritaban, ansiosos de ser los elegidos para que los entrevistáramos. La atmósfera era tensa. El día previo habían tenido lugar algunos disturbios.
“El suelo –continúa la descripción del lugar– estaba mojado con aguas negras. Los guardias griegos nos dijeron que los internos habían quebrado los excusados mientras protestaban a causa de sus condiciones de detención. El olor era insoportable y los guardias usaban mascarillas quirúrgicas cuando ingresaban al largo pasillo donde se ubican las celdas”.
La organización había reportado que en una visita anterior al mismo centro, en octubre de 2010, sus activistas habían constatado incluso la presencia en el suelo de heces fecales y orina.
La estación migratoria de Tychero se localiza a tres kilómetros de la frontera. Durante su estadía, los enviados de HRW reportaron que fueron testigos de cómo los policías griegos encerraban a inmigrantes en dos celdas que no habían sido diseñadas para detener gente, sino para almacenar cosas. Había poca luz y no había camas. Contabilizaron 130 detenidos en una instalación con capacidad para recibir 48, según datos de las propias autoridades.
El reporte detalla: “Los migrantes duermen en pedazos de cartón o directamente sobre el suelo de concreto. Los guardias griegos confirmaron que los detenidos tenían que orinar en botellas porque no tenían acceso a baños. Los detenidos nos enseñaron una esquina donde orinaban. Observamos un guardia que escoltaba a un grupo de migrantes desde sus celdas hasta un campo cercano para que defecaran”.
Un adulto iraquí con 48 días de detención contó: “Vengo de un país en guerra, pero nunca había vivido este sufrimiento. A menos que te desmayes, nunca podrá venir un médico a revisarte. No hay electricidad ni agua. Tenemos que tomar del mingitorio”.
En la estación de Feres hay cupo para 30 migrantes, pero en el momento de la visita de HRW había aprehendidos 97, y durante el verano, que es la temporada con mayor flujo migratorio ilegal, ese número crece a 120. Mujeres y hombres son encerrados sin distingo en las celdas.
Un hombre de 50 años, proveniente de Georgia, había sido capturado 12 días antes, luego de haber estado en Grecia para recibir un “tratamiento médico”, platicó.
Confesó al activista que lo entrevistó: “No te puedes imaginar qué tan desagradable y difícil es para mí estar aquí. No es posible ducharse. No sé que me pasará. Todos fuman aquí adentro. Hay también mujeres jóvenes y no es apropiado que estén en el mismo lugar con estos hombres. No puedo dormir en las noches, solo me siento sobre un colchón”.
Un iraní de 22 años narró que una ocasión se agarró a golpes con otro detenido. Los guardias llegaron y sacaron a todos de las celdas y los apalearon sin distinción. Un policía griego confirmó esa práctica a los enviados de HRW. Dijo que los detenidos se peleaban todas las noches y que ellos tenían que entrar a las celdas y golpear a todos los detenidos por igual.
Peor aún, el comandante en jefe de la estación migratoria de Feres, Spiridon Daskaris, explicó que Grecia estaba siendo afectada por una crisis económica muy fuerte, por lo que sus autoridades no tenían la capacidad de ofrecer mejores condiciones de detención a los inmigrantes ilegales.
Argumentó: “Debemos dinero a los servicios de lavandería y de alimentación. Los detenidos no tienen jabón porque el supermercado que nos provee está harto de fiarnos. Nosotros pedimos y pedimos. Muchos compran (artículos de primera necesidad) con su propio dinero, y cuando conseguimos apoyo económico no es por parte del Estado griego… sino de particulares”.
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