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viernes, 14 de octubre de 2011

UN DEFENSOR INESPERADO

Viernes, 14 de Octubre, 2011
El ciudadano de a pie debe saber que esta Ley –y todas las medidas y doctrinas que la acompañan- son fruto de un pacto: ZP arañaba voto femenino, y el feminismo radical colmaba sus aspiraciones irracionales de venganza sobre el varón, por el hecho de serlo. ¿El resto de las fuerzas políticas? Amordazadas por los prejuicios que el feminismo ha ido introduciendo en este país, y que se resumen en que el hombre es malo y la mujer buena. Punto. Para tratar así de justificar la segregación legal –derechos fundamentales incluidos- por cuestión de sexo, haciéndonos retroceder a tiempos anteriores a la revolución francesa.

En el maquiavélico diseño de la LVG resultaba vital que el “maltratador” (o sea, todos los varones españoles, según su título preliminar) fuera estigmatizado. Ante la simple denuncia el varón es sometido a detención policial obligatoria, salida del hogar, más que probable orden de alejamiento (hijos incluidos) y colocación de su nombre en un registro de maltratadores, donde permanecerá incluso después de haber sido declarado inocente. Todo esto antes de ser siquiera escuchado. Por si aún pudiera defenderse: inversión de la carga de la prueba (debe demostrar, si puede, la inocencia) y traslado de su expediente de separación desde Familia a los juzgados llamados “de Violencia de género”, donde un insulto, vejación leve, maltrato psicológico, etc… son, en aplicación de la LVG, delitos, pero únicamente si los comete el varón. Nuevos “delitos” que hacen que todo sea delito para el varón, y que fundamentan la inmensa mayoría de las denuncias por malos tratos. Y encima sin poder hablar, no vayan a ser señalados socialmente como verdaderos maltratadores, esas personas que un sistema colapsado por nimiedades es incapaz de controlar.

Este compendio de despropósitos, en su aplicación práctica, ha convertido al colectivo de afectados por la LVG (es decir, los inocentes denunciados) en un grupo incapaz de defenderse: realmente maltratado, en la ruina moral y económica, dedicados a sobrevivir. ¿Quién iba a ser tan estúpido –debieron pensar- para alinearse con estos parias, con estos apestados despojados de la categoría de ciudadano? Era predecible que nadie –o casi nadie- lo hiciera. Y a quién, aunque tímidamente, levantara la voz: leña. Como a la jueza María Sanahuja, o a la jueza María Jesús García Pérez, sancionada por el CGPJ por atreverse a criticar públicamente la LVG. Pero a los diseñadores de la maquiavélica LVG les salió, como se dice vulgarmente, “un grano en el culo”: el juez Serrano.

Paco Serrano es un hombre decente, aquel que no ejerce personalmente el mal de modo deliberado. Como la mayoría. Pero hay que añadirle un adjetivo tristemente en desuso: es un hombre digno. Y, como tal, no puede callarse ante la injusticia y el dolor que ésta provoca, ni ser cómplice con su silencio de las mentiras públicas o privadas. Este es hoy el grave pecado de Paco Serrano, la dignidad. El juez Serrano veía como su Juzgado de Familia nº 7 de Sevilla se iba quedando cada vez con menos asuntos, derivados a los juzgados de excepción contra el hombre o “de Violencia de género”, a través de las ya tristemente famosas denuncias por “malos tratos”, de las hasta un 90% podrían ser falsas, abusivas o innecesarias, aunque sobre esto no interesa hacer verdadera estadística. Comparto con Serrano que convivir día a día en silencio con semejantes tropelías debe ser muy duro. Tanto que el juez, sabiendo a lo que se exponía, se atrevió a denunciar públicamente lo que ya todos sabíamos. Y a persistir en su denuncia, a pesar de las amenazas del Observatorio de Violencia de Género y de los expedientes disciplinarios abiertos –y cerrados- por sus declaraciones. A los afectados les salió un defensor inesperado. Y a los del “género” les salió un juez que, como en la fábula, se atrevió a decir que el rey iba desnudo. Algo que todos sabíamos pero que por miedo, conveniencia, interés o por puro prejuicio machista no nos atrevíamos a decir en público.

Ahora a Serrano lo procesan por lo del niño de la Semana Santa. Pero lo que injustamente le pueda ocurrir a Serrano, afecta a cientos de miles de personas: a los injustamente denunciados (va casi un millón de hombres denunciados desde 2005), a madres, padres, hermanos, amigos, nuevas parejas, varones chantajeados por sus parejas, y a todas las personas decentes de este país. Los del “género” deberían tenerlo en cuenta. Dignidad. Ante la falta de decencia, hay que actuar con dignidad. Porque lo contrario es, también, una indecencia. Decencia y dignidad van de la mano, y la primera no es más que una consecuencia de la segunda. No nos engañemos. En este país hoy nadie puede ser decente por mucho tiempo si no tiene dignidad.

Un día –no muy lejano-, cuando toda esta ignominia caiga por su propio peso, y empecemos a resolver nuestros problemas con coherencia y sentido común, habrá muchos que le den al juez Serrano una palmadita en la espalda, por su contribución personal a la verdadera Justicia en este país. Pero es aquí y ahora cuando el apoyo a este juez “estrellado”, como él mismo se define, adquiere todo su valor. No valen ya más ambigüedades ni mirar hacia otro lado en la defensa de lo justo. Porque no podemos dejar en manos de un solo hombre la defensa de la dignidad de todos nosotros. Si Serrano ha sido la luz de guía para muchos, es hora de que sea la chispa para que, entre todos, acabemos de una vez por todas con esta barbarie indecente. Antes de que el disparate termine corrompiendo a la sociedad entera.>>

 ABC, Tribuna de 29/07/2011

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