Sábado, 18 de junio del 2011
Jordi Tort Reina - (Gavà)
Hace una hora dejé ser padre, hasta el próximo miércoles, a las cinco de la tarde, momento en que volveré a serlo durante tres horas. Ni Aina ni yo queremos eso. Nosotros no hemos decidido separarnos. Que una pareja se separe no tendría que significar que los hijos debieran separarse de sus padres. La madre de mi hija y yo acudimos a una mediación familiar en la Ciutat de la Justícia. Fui, como siempre, con ganas de ceder, de pactar, de que mi hija tuviera madre y padre, de que ambos podamos ejercer nuestro derecho, y sobre todo de que Aina no tenga que escoger (tiene 3 años) y pueda disfrutar de su madre, y de la familia de su madre, pero también de su padre y de su familia. Quiero que ambos podamos acompañarla al colegio, irla a buscar, decidir sobre todas las cuestiones de su vida cotidiana, levantarla por la mañana, vestirla, darle de cenar, reñirle para que se vaya a dormir pronto; en definitiva, educarla, hacer de madre y de padre. Yo no quiero a mi hija a mi lado siempre a cambio de una pensión, el piso y una madre visitadora; quiero para mi hija una expansión plena, un disfrute de su madre y de su padre, sin límites sentimentales ni dogmáticos, salvo los que ella misma quiera ponerse. Todavía hoy no entiendo cómo en la cabeza de alguien que quiere a su hijo cabe la privación del cariño que puedan ofrecerle otros, y más si uno de esos otros es uno de sus progenitores.
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