Desde hace 12 años, Lourdes R. Miranda se ha convertido en una inversionista social a tiempo completo, para beneficio de numerosas organizaciones solidarias. (El Nuevo Día / Carlos Giusti)
Por Lilliam Irizarry / Especial para El Nuevo Día
28 Junio 2011
Lourdes R. Miranda no se recuerda como una niña consciente de la pobreza, ni a su familia de clase media como una dedicada a la caridad. Por eso ni ella se explica del todo la raíz de su urgente necesidad de salirse del “yo” y volcarse hacia el “nosotros”.
De lo que la filántropa de 72 años sí está segura es de que su sentido de adaptación y de respeto a la diferencia nació en la “familia compleja” de padres divorciados donde creció: es hija única de sus progenitores, pero tuvo seis hermanos por parte de padre y otros cuatro por parte de madre.
“Me empiezo a enterar de la pobreza cuando me fui a estudiar a Estados Unidos a los 16 años, como que la pobreza acá no entraba en mi radar”, expresa la hoy presidenta de la reconocida Miranda Foundation, una entidad familiar sin fines de lucro que desde el 2003 otorga el prestigioso “Premio Solidaridad… honrando lo que nos une”.
Aunque partió a California a estudiar Premédica para luego seguir Medicina, lo que vieron sus ojos cambió su rumbo hacia Relaciones Internacionales. “Ahí fue que se me empezó a abrir el mundo. Empecé a ver lo que era la injusticia, a sentir indignación y a interesarme por los derechos humanos”.
En Estados Unidos tuvo variedad de trabajos, incluyendo laborar con la entidad que estableció el Boricua College en Nueva York y fundar, en 1975, una compañía internacional para proveer servicios técnicos, profesionales y de apoyo gerencial a organizaciones gubernamentales. A la par, hacía donativos y colaboraba con entidades como la Asociación Nacional de Mujeres Empresarias y el capítulo estadounidense de Amnistía Internacional.
En 1992, creó la Miranda Foundation para respaldar económicamente a organizaciones sin fines de lucro que fomentaran “la comprensión entre los seres humanos para la creación de una sociedad justa y equitativa”.
Aunque vivió más de la mitad de su vida en Estados Unidos y Europa, cuando sintió que había cumplido su misión como empresaria, su corazón no tuvo dudas de cuál camino tomar: “Quería reconectarme con mi patria, aunar esfuerzos, hacer causa común con mi gente”.
Y así ha sido desde hace 12 años. Miranda se ha convertido en una inversionista social a tiempo completo en la Isla, para beneficio de las muchas organizaciones comunitarias dedicadas a la solidaridad, el respeto, la inclusión y el diálogo como soluciones a muchos de los problemas sociales.
Como filántropa estratégica, no cree en poner curita a los problemas. “Si yo quiero combatir la pobreza, en vez de darle dinero a los pobres, yo busco las causas de la pobreza, yo quiero ir más hacia la raíz y, para mí, parte de las causas de la pobreza es la falta de solidaridad y de inclusión”.
Para ella, la filantropía es una especie de escalera donde la caridad ocupa el primer escalón. “Según las personas o las instituciones van evolucionando, se van moviendo de esa mirada paternalista hacia el sentido de lo que es la verdadera filantropía, que es el amor al prójimo”.
Aclara que los filántropos no son gente del otro mundo. “Tengo mucha energía y ciertos talentos, pero no me considero excepcional. Lo que yo hago lo puede hacer cualquiera. Todos tenemos algo para compartir, puede ser dinero, tiempo, talento. En la medida que hacemos el mundo mejor para otros, se hace mejor para todos”.
http://www.elnuevodia.com/todostenemosalgoparacompartir-1002382.html
De lo que la filántropa de 72 años sí está segura es de que su sentido de adaptación y de respeto a la diferencia nació en la “familia compleja” de padres divorciados donde creció: es hija única de sus progenitores, pero tuvo seis hermanos por parte de padre y otros cuatro por parte de madre.
“Me empiezo a enterar de la pobreza cuando me fui a estudiar a Estados Unidos a los 16 años, como que la pobreza acá no entraba en mi radar”, expresa la hoy presidenta de la reconocida Miranda Foundation, una entidad familiar sin fines de lucro que desde el 2003 otorga el prestigioso “Premio Solidaridad… honrando lo que nos une”.
Aunque partió a California a estudiar Premédica para luego seguir Medicina, lo que vieron sus ojos cambió su rumbo hacia Relaciones Internacionales. “Ahí fue que se me empezó a abrir el mundo. Empecé a ver lo que era la injusticia, a sentir indignación y a interesarme por los derechos humanos”.
En Estados Unidos tuvo variedad de trabajos, incluyendo laborar con la entidad que estableció el Boricua College en Nueva York y fundar, en 1975, una compañía internacional para proveer servicios técnicos, profesionales y de apoyo gerencial a organizaciones gubernamentales. A la par, hacía donativos y colaboraba con entidades como la Asociación Nacional de Mujeres Empresarias y el capítulo estadounidense de Amnistía Internacional.
En 1992, creó la Miranda Foundation para respaldar económicamente a organizaciones sin fines de lucro que fomentaran “la comprensión entre los seres humanos para la creación de una sociedad justa y equitativa”.
Aunque vivió más de la mitad de su vida en Estados Unidos y Europa, cuando sintió que había cumplido su misión como empresaria, su corazón no tuvo dudas de cuál camino tomar: “Quería reconectarme con mi patria, aunar esfuerzos, hacer causa común con mi gente”.
Y así ha sido desde hace 12 años. Miranda se ha convertido en una inversionista social a tiempo completo en la Isla, para beneficio de las muchas organizaciones comunitarias dedicadas a la solidaridad, el respeto, la inclusión y el diálogo como soluciones a muchos de los problemas sociales.
Como filántropa estratégica, no cree en poner curita a los problemas. “Si yo quiero combatir la pobreza, en vez de darle dinero a los pobres, yo busco las causas de la pobreza, yo quiero ir más hacia la raíz y, para mí, parte de las causas de la pobreza es la falta de solidaridad y de inclusión”.
Para ella, la filantropía es una especie de escalera donde la caridad ocupa el primer escalón. “Según las personas o las instituciones van evolucionando, se van moviendo de esa mirada paternalista hacia el sentido de lo que es la verdadera filantropía, que es el amor al prójimo”.
Aclara que los filántropos no son gente del otro mundo. “Tengo mucha energía y ciertos talentos, pero no me considero excepcional. Lo que yo hago lo puede hacer cualquiera. Todos tenemos algo para compartir, puede ser dinero, tiempo, talento. En la medida que hacemos el mundo mejor para otros, se hace mejor para todos”.
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