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viernes, 27 de abril de 2012

El género masculino no existe (I)

Viernes, 27 de Abril, 2012
Jesús Royo Arpón
Les traigo para analizar un artículo de los miles que aparecen en la prensa diaria. Su autora es Clara Sanchis, una mujer. Su título, “Consumidos”. Empieza: “Nos disponíamos a regresar...”, o sea en primera persona del plural, “nosotros”. Me dije: si el “nosotros” incluye a una mujer, la redactora, ¿el título debería ser “consumidos-consumidas”? ¿O “consumid@s”? Relata la experiencia de su grupo (¿familia, amigos, pareja?) en un control de aeropuerto, y siempre usa una sola forma en los plurales: “estábamos advertidos...”, “al no tener nosotros ninguna intención suicida ni asesina, y estar seguros de ello...”, “fuimos conducidos...”, “...agradecidos por la deferencia, deseosos de poner..., asustados..., manoseados...”, “atravesamos todos sin remedio...”, “Nosotros,... abducidos por la idea...”, “Pero no éramos los únicos”, “Nosotros, apretados como pollos”, “otros nueve pasajeros” (entre ellos había mujeres, porque en la frase siguiente habla de “rabió la pasajera plegada de mi izquierda”). Y el artículo acaba con un decisivo “nuestra condición de ciudadanos de hoy”, entre los cuales se incluye la autora, sin recurrir al garrulo “ciudadanas y ciudadanos”.
Primera conclusión: así es como se escribe en castellano. Imaginar una narración con la mención constante del sexo (advertidas y advertidos, nosotras y nosotros, etc), aparte de horrible, es imposible en castellano bien escrito. No es que Clara Sanchis tenga poca conciencia feminista, no es que se pliegue ante un uso lingüístico discriminatorio, no es que sea una vendida al sexo dominante. Nada de eso, sencillamente escribe en castellano. Así es el lenguaje normal y llano de la gente.
En el mismo artículo habla de “una policía con sonrisa de hielo”, que todos entendemos que es una mujer, o sea con la “marca” de sexo femenino. En cambio, cuando dice “el consumo consume al consumidor que acaba consumido”, nadie entiende solo al varón: por tanto, no contiene la marca de sexo. Lo mismo cuando dice “imaginar... la cara del sujeto que diseñó las medidas de los asientos... plegando las piernas de un pasajero de juguete...”: no consta para nada que ni el diseñador ni el pasajero sean varones. Pero, oh sorpresa, dice “podíamos ser las víctimas de...” y se está refiriendo al “nosotros”, la autora incluida: o sea, es una expresión con “género femenino” pero sin marca de sexo. No dice “los y las víctimas”, que resultaría garrulo-garrulo. Incluso sería perfecto castellano decir que “todas las víctimas eran varones”. Un último ejemplo, luminoso: “Convenientemente manoseados (él y ella), la maleta y el ánimo revueltos (esta y este), al fin nos sumergimos en la zona de embarques.”
Ya es hora de quitarnos de encima el cuento ese del lenguaje sexista. Y los políticos, tan sensibles -tan hipócritas- vale ya de plegarse al chantaje. Y especialmente los de izquierdas, que nos hemos tragado que hablar según las normas del castellano es delito de lesa discriminación de la mujer. Y especialmente las mujeres: vale ya de sentiros halagadas por una doctrina como esta, ridícula, beata, pseudoética, y sobre todo, falsa. Ser político, ser de izquierdas, ser mujer, no tiene nada que ver con ser estúpido.
El problema viene de la confusión entre género y sexo. Esa confusión viene, como tantas cosas, del inglés. En efecto, en esa lengua no existe concordancia del artículo ni del adjetivo, y el nombre es masculino, femenino o neutro según sean respectivamente macho, hembra o nada. En realidad, el género solo se nota en los pronombres de tercera persona “he,she,it” y sus correspondientes posesivos “his,her,its”. Por eso en inglés se confunden género y sexo. En cambio, en nuestras lenguas el género y el sexo son cosas diferentes. Tan diferentes, que el nombre popular del órgano masculino (polla) es femenino, y el del órgano femenino (coño) es masculino. Sin embargo, continuamos diciendo igual “femenino” y “masculino” por igual al sexo y al género. Y ahí radica todo el equívoco: en llamar “masculino” o “femenino” a algo que no tiene nada de macho ni de hembra. Curioso: en los nombres cultos -pene y vagina- sí coinciden género y sexo. La leche es femenino en castellano y catalán, pero masculino en portugués, francés e italiano. Los dientes son masculinos, y las muelas femeninos, pero en catalán (la dent, el queixal) son al revés. Etcétera.
En la actualidad, la presión inglesa ha consumado la confusión: ahora “género” significa lo que antes era “sexo” (condición de macho o de hembra), y por eso se habla de violencia de género. El sexo se especializa en lo genital, tanto el órgano como la actividad. Con lo cual, el género gramatical se confunde irremediablemente con el sexo biológico: “los padres”, de género gramatical masculino pero incluyendo al padre y a la madre, se interpreta erróneamente según el “género biológico”, es decir, “los padres de sexo masculino”. De ahí que las APA (Asociaciones de Padres de Alumnos) hayan pasado a ser AMPA, de madres y padres. Qué aberración: antes se asociaban los progenitores por parejas (los padres de cada alumno), pero ahora se asocian todas las madres con todos los padres-machos por separado. A eso nos ha llevado esta absurda obsesión por “el sexismo en el lenguaje”, con cientos de libros, artículos, folletos y dictámenes. Y lo peor: disposiciones ministeriales e inspectores (con dotación presupuestaria incluida) encargados de revisar textos y censurar usos que todos los hablantes consideramos impecables. Qué atrocidad.
http://www.lavozlibre.com/noticias/blog_opiniones/33/571065/el-genero-masculino-no-existe-%28i%29/1

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