Jordi Jarque , 17 de Junio, 2011
No sólo los adultos, también los niños están sufriendo este mal endémico de las sociedades desarrolladas y que los expertos llaman estrés. El ritmo de vida y un exceso de actividades extraescolares contribuyen a que los más pequeños lo padezcan .
Ya falta poco para que los niños terminen la escuela y empiecen vacaciones. Padres y madres coinciden en señalar que sus hijos están cansados y parecen estresados por la cantidad de trabajos y exámenes realizados durante el curso escolar. Y para compensar tanto esfuerzo y desgaste de sus hijos, algunos progenitores explican orgullosos todas las actividades que realizarán durante las vacaciones para que disfruten del tiempo de ocio: refuerzo de algunas materias (que si matemáticas o lecturas de libros), idiomas, hípica, deportes acuáticos y un largo etcétera según preferencias y disponibilidades. Casi todas las vacaciones de los niños ya están programadas. Lógico, hay que combinarlas con el trabajo y otras circunstancias, como en el caso de los hijos de padres separados. No es fácil para los padres y puede resultar estresante. Pero tampoco es fácil para los hijos y también les puede estresar todas estas situaciones, como constatan los expertos. No sólo ahora en vacaciones, sino también durante el curso escolar. El estrés no sólo afecta a los adultos.
Se está produciendo un preocupante aumento del estrés entre los más pequeños. “En los últimos años he notado en la consulta que hay un incremento del estrés de los niños”, afirma Natalia Ortega, psicóloga infantil, socia fundadora de Activa Psicología y Formación, en Madrid. Y según la Sociedad Española de Estudios de Ansiedad y Estrés, las cifras se acercan al 8% de la población infantil y al 20% de los adolescentes. Antonio Muñoz Hoyos, catedrático del departamento de pediatría de la Universidad de Granada y presidente del XX Congreso español de pediatría social titulado “Problemas emergentes en pediatría social” –que se celebrará el próximo mes de octubre–, señala que actualmente hay una tendencia a “cargar el 100% del tiempo del niño con actividades o se intenta sobredimensionar una faceta determinada por encima de la apetencia del niño a disponer de su tiempo de ocio, lo que puede provocarle estrés y sensación de agobio”. Rosa Jové, psicopediatra, especializada en antropología de la crianza, miembro fundador del grupo de psicólogos en emergencias y catástrofes de Catalunya, miembro permanente del Observatorio de los Derechos de la Infancia de la Generalitat de Catalunya y autora de, entre otros libros, Ni rabietas ni conflictos (Ed. La esfera de los libros), va un poco más lejos y afirma que incluso se ponen demasiados deberes escolares para casa. “Hay una idea equivocada sobre los deberes escolares. Atentan contra el tiempo de ocio que pueden disfrutar nuestros hijos y muchas veces es una inversión de tiempo que no sirve para nada. Hay que replantear qué se hace, por qué y sobre todo si hay que hacerlo”. Biel Pujol, vocal de psicología educativa del Col.legi Oficial de Psicòlegs de les Illes Balears, resalta que los niños entre doce y catorce años “son los más proclives a sufrir estrés infantil”. Pero tampoco se salvan los más pequeños. Natalia Ortega destaca que incluso los niños de seis años ya llevan una sobrecarga de tareas que los lleva hacia el estrés. “Los niños mismo afirman que están muy cansados”, asegura la psicóloga.
Y no tiene nada que ver los recursos que tiene un adulto en contraste con un niño para manejar el estrés. Un adulto puede ser consciente de este estrés y tomar medidas, como hacer una respiración profunda, pasear por la playa, llamar a los amigos y un largo etcétera. Obviamente un niño pequeño no es capaz de hacer todo esto. No puede gestionar el exceso de estrés, así que su cerebro infantil se inunda de hormonas relacionadas con el estrés, como el cortisol, la vasopresina y otros, lo que puede dificultar el aprendizaje y el control de la agresividad. El cortisol cumple muchas funciones, libera energía, retrasa el crecimiento, inhibe las hormonas reproductoras y afecta a muchos aspectos del cerebro, sobre todo la emoción y la memoria. Para afrontar el estrés el cerebro del niño consume la glucosa que podría emplear para las funciones cognitivas tempranas. Con la exposición precoz al estrés se incrementa el número de receptores para los componentes químicos de alerta. Esto aumenta la reactividad y la presión sanguínea… ¿Cómo se traduce esto en el comportamiento del niño? Será más impulsivo y agresivo, es una respuesta impulsiva, aunque los expertos también señalan que puede producirse otro tipo de reacciones: pueden tener una respuesta dependiente (falta de autoconfianza, dificultad para aceptar las críticas, pobre asertividad, poca participación en actividades), respuesta reprimida (mucha sensibilidad, fácilmente se molestan o se les hieren sus sentimientos, temerosos ante nuevas situaciones, poca confianza en sí mismos, preocupados innecesariamente), respuesta pasivo-agresiva (frecuentemente son niños de bajo rendimiento académico, tienden a postergar sus deberes, poco cooperativos, despistados). En cualquier caso, la reacción de los niños al estrés depende de diversos factores, pero no se puede establecer una relación entre estos y su respuesta porque todo depende de cada persona.
Los expertos señalan en general tres factores: la situación que produce el estrés, el niño que sufre el estrés y el entorno social en el que se encuentra. Entre las situaciones que pueden producir estrés infantil se encuentran un ambiente de crispación en casa, el divorcio de los padres y los cambios que implican en las rutinas semanales de los hijos el ritmo de trabajo escolar combinado con las actividades extraescolares... “Las separaciones les producen mucho estrés. Y en cuanto a las actividades extraescolares, los niños cada vez más piden a los propios psicólogos que hablen con sus padres para que les digan de no hacer tantas cosas”, señala Natalia Ortega.
En relación con las reacciones visibles que pueden hacer suponer que se está delante de un niño estresado los síntomas pueden ser: se muestran especialmente temerosos, están muy sensibles y con poca confianza en sí mismos, se muestran preocupados constantemente, no quieren estar solos, están tristes y ansiosos, se muestran indiferentes, postergan sus deberes, el rendimiento escolar baja, se los ve despistados, se comportan de forma desafiante, lloran sin razón aparente, les sudan las palmas de las manos, les duele la cabeza y el estómago, no tienen hambre o se muestran hipervigilantes ante situaciones que otros niños de su edad hubieran afrontado de forma tranquila. Biel Pujol explica que el estrés infantil se refleja, por ejemplo, “en la imposibilidad de hacer los deberes y la falta de ganas de acudir al centro escolar por parte del niño, además de cambios de humor significativos y respuestas desmedidas ante los hechos que ocurren a su alrededor”. Natalia Ortega también señala que si el perfil del niño es más bien introvertido “puede tener menos habilidades sociales, y esto significa que ante una situación nueva, le produce una respuesta estresante”.
Las consecuencias del estrés infantil no solamente son psicológicas, sino que pueden llegar a afectar a todo el organismo. Seth Pollak, profesor de psicología, antropología, pediatría y psiquiatría de la Universidad de Wisconsin-Madison, y director del laboratorio de investigación sobre la emocionalidad infantil, dirigió una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences a principios del año 2009, donde concluye que el estrés durante la infancia puede tener consecuencias duraderas en la salud de los niños llegando a afectar el sistema inmunológico. En dicho estudio se comparó situaciones muy extremas. Se evaluó la fortaleza del sistema inmunológico de un grupo de adolescentes maltratados en su niñez comparándolo con otro grupo que no había sufrido un estrés inusual. Los investigadores descubrieron que los maltratados tenían los niveles de los anticuerpos significativamente altos, los relacionados con un virus muy común en la población: el herpes simple de tipo I (VHS-1). El director de la investigación concluyó que, a pesar de que el entorno de los niños había cambiado, “psicológicamente siguen teniendo estrés. Esto puede afectar al aprendizaje y a su comportamiento. Y como el sistema inmunológico está comprometido también repercute en la salud de los niños”.
¿Qué hacer entonces para intentar evitar esa tendencia hacia el estrés? Una de las claves es el afecto. Según Biel Pujol, “para los niños es sumamente importante el aspecto afectivo, necesitan sentirse queridos y estimulados, algo que, a menudo no ocurre con los niños que presentan una agenda de actividades extraescolares sobrecargada”. Tampoco se trata de competir en ver quien gana el concurso de pasar más horas con el hijo, “sino que ese tiempo sea de calidad”. Rosa Jové, explica que si esto lo supieran muchos padres, “se ahorrarían el dinero de programas de estimulación y cogerían más en brazos a su hijo. Pareciera como si los padres pretendieran hacer de sus hijos una obra que enseñar al mundo, sin tener en cuenta lo que los niños quieren ser. La causa de esa presión es el deseo de muchos padres de que su hijo sea perfecto”. En este sentido Antonio Muñoz Hoyos recuerda “el frecuente error que se comete al someter al niño a una serie de actividades porque son satisfactorias para el padre (como un rígido entrenamiento deportivo)”.
Rosa Jové explica que las horas que un niño puede dedicar al día a las actividades extraescolares deberían ir en función del tiempo libre que tiene realmente: un niño que sale a las cinco del colegio, que tiene una hora de trayecto en el autobús escolar hasta que llega a casa, que después merienda y que debe hacer los deberes, casi no tendría que hacer nada más, puesto que apenas dispone de tiempo libre antes de acostarse. “En cambio, un niño que sale a las cinco y que a los quince minutos ya ha merendado y apenas le mandan deberes en el colegio puede ocupar alguna hora por la tarde en alguna actividad que le guste. Los niños necesitan jugar y distraerse”. Y el juego reduce el estrés.
Gerald Hüher, director del Centro de Investigaciones de Medicina Preventiva y Neurobiología de Gotinga y Mannheim Heidelberg, asegura que los niños nacen con un cerebro muy potente y que no hay nada como estimularlo a través del juego. Además, Rosa Jové explica que hay estudios que analizan la capacidad que tiene el juego creativo de disminuir el estrés del niño. En un artículo publicado en el Journal Child Psychology, en 1984, se analizó a niños de entre 3 y 4 años en su primer día de guardería. A la llegada se les medía el nivel de estrés mediante la observación y con algunas pruebas objetivas. Se les dividió en varios grupos y se probaron distintas estrategias para afrontar los primeros minutos en la guardería separados de sus madres; de esta manera, a uno de los grupos se le sentó en clase con la maestra y se le contó un cuento, y al otro grupo se le permitió el mismo tiempo de juego creativo, en solitario o en parejas. Transcurridos quince minutos, se volvió a valorar la cantidad de estrés que presentaban. La gran mayoría de niños había disminuido en ansiedad y en estrés, si bien los que habían estado en el grupo del juego libre lo habían hecho en más del doble que los del otro grupo. “Estos datos apuntan a que el juego permite fantasear e incluso integrar situaciones extrañas o difíciles, lo que nos ayuda a afrontarlas con más garantías. Ya sabemos cómo el estrés en los niños, y en los adultos, favorece la aparición de problemas de convivencia. Si quiere menos problemas, déjeles jugar”.
Ante todo eso, ¿cómo afrontar este verano? ¿No hay que hacer deberes ni actividades extraescolares? Rosa Jové comparte una anécdota personal. “Cuando mi hijo mayor tenía unos 8 años (en tercero), su profesora mandó unos cuadernitos de deberes para el verano. Como era amiga mía fui a hablar con ella y le pregunté por qué mi hijo debía hacer deberes en verano si había superado todas las materias. ‘Es para que no pierdan el hábito de trabajo; con una horita al día tienen bastante’, me contestó. ‘¡Ah, claro, –le respondí–. Tienes razón. ¿Y vendrás a mi casa o te lo llevo yo a la tuya? Es que no me gustaría que perdieras tu hábito de trabajo en vacaciones, ya sabes que cuando los maestros volvéis en septiembre estáis un poco despistados’. Sonrió y me dijo: ‘Vale, que no haga los deberes’. Pienso que hacer los deberes es una costumbre que arrastramos de épocas anteriores y que aplicamos sin más. ¿Es verdad que hacer trabajar a un niño en casa, fuera de horario escolar, le va a hacer un adulto responsable? Permítame dudarlo. Hay una cosa que yo valoro mucho en las personas, que es su capacidad para poner atención en lo que están haciendo. O lo que es lo mismo, su capacidad para desconectar. Me gusta estar con gente que cuando trabaja va al grano y que cuando descansa disfruta de su tiempo libre y no está pensando en el trabajo”.
Si bien es cierto que la sobresaturación puede desembocar en una tendencia hacia el estrés tampoco hay que olvidar, como quiere recordar Antonio Muñoz Hoyos, que cualquier “clase extra puede suponer un buen estímulo; no debemos olvidar que el espíritu de superación y el esfuerzo forman parte del aprendizaje”. Una de las claves para evitar los efectos negativos del estrés es que las propuestas deben ser deseadas por el niño, da igual si son actividades intelectuales o físicas, “todas las actividades son, a priori, interesantes y a su vez todas pueden estar de más. La clave para elegir entre apuntar a nuestros hijos a una actividad extraescolar y qué tipo de actividad escoger para ellos radicaría en un buen conocimiento de las características del niño, de sus capacidades y sus preferencias, cómo lleva su rendimiento académico y otros aspectos relacionados con su desarrollo integral. Cuando se han analizado mínimamente estas facetas, se puede estar en condiciones de poder ampliar o reducir actividades, y cuáles pueden ser más o menos recomendables”.
Natalia Ortega señala que no hay que olvidar que la actitud de los padres también es fundamental, pues muchas veces “son los propios padres los que producen estrés a los niños porque están nerviosos y con prisas. Cuando se prepare el baño y la cena, mejor hacerlo tranquilamente. Los niños se empaparán de esa tranquilidad”. Y visto la crisis que se está viviendo habrá que tener presente también esa actitud. Casi el 60% de la población española está convencida de que la crisis actual afectará negativamente el futuro económico y social de los menores, y que el 53% está convencido que sus hijos tendrán una menor protección social en el futuro (según los datos de la Obra Social Caja Madrid). Así que habrá que preparar, fortalecer y dar instrumentos al niño para que pueda hacer frente a situaciones estresantes.
http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20110617/54172246024/estres-infantil.html
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