03 de Junio de 2011 | Espido Freire
La primera vez que me hablaron de falsas denuncias de maltrato de género apenas pude creerlo: mi mente no aceptaba que una mujer pudiera empleara su favor un recurso tan vil, tan bajo, de manera gratuita. O más bien, de manera tan interesada. Muchas de esas mentiras se producen durante el proceso de separación. La bajeza de esa acción salpica al menos a tres generaciones: a los padres, enzarzados en una ruptura en la que todo vale para humillar y herir al contrario. A los hijos, las principales víctimas, que crecen con miedo al padre, y que aprenderán a despreciar a su madre, cuando sepan la verdad. A los abuelos, que deberán soportar la vergüenza de una falsa acusación, o de una hija falsa.El coste social que una falsa denuncia conlleva, y los servicios que ocupa (desde el tiempo de los policías a los trámites de los juzgados) son recursos que se les están robando a mujeres y a niños que de verdad necesitan esos medios y esa atención. Deberían soportar un desprecio general similar al de cualquier fraude fiscal; no saben con lo que juegan.
Hace algún tiempo hube de denunciar a un fan demente que creía mantener una relación conmigo, y que llegó a presentarse en mi casa. Me recuerdo en comisaría, asustada, confusa, con la duda de qué hacer, con un horrendo sentido de culpa. Sólo podía repetirme una y otra vez que no me había tocado, que no dependía de él, que no me había pasado nada. Trataba de imaginar la desesperación que sentiría una mujer golpeada, sin ingresos, con niños. Algo que sin duda no hacen esas mentirosas.
http://www.adn.es/blog/espido_freire/opinion/20110603/POS-0001-Falsas.html
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