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lunes, 13 de junio de 2011

La paternidad después del divorcio

Tres hombres cuentan sus experiencias luego de la separación y explican cómo ser padres activos, aún sin vivir bajo el mismo techo.
Por Ana Clara Pérez Cotten
Lunes, 13 de Junio, 2011
Daniel Guebel.  Escritor y periodista.
Me derrumbo. Me derrumbo. Me derrumbo. Copiaría y pegaría la frase eternamente pero no soporto esa facilidad. Una posición cómoda: el sufrimiento injustificado. Claro que mi mujer acaba de abandonarme. (...) Querría otra cosa, seguro que sí. Pero no sé cómo hacer. El fracaso despliega sus alas gigantescas sobre todos los rincones de mi vida. Oscuro, oscuro. Ser para llorar.
Durante años nadie pudo decir que hubiese visto desprenderse una sola lágrima de mis ojos. Ahora mi hija me dice: “Papá, voy a vivir con mami y te voy a extrañar mucho y voy a venir a visitarte”. Y yo me encierro en el cuarto y oculto la cara entre las manos. Falta un día para fin de año (pasaron cinco entre una y otra fase) y hoy es la última noche que Ana duerme en casa.
Salimos a cenar a lo de unos conocidos. Ella está hermosa y contenta de usar su vestido de gasa; ríe y juega con sus amiguitos y cada tanto se sienta sobre mis piernas y me dice: “Papá te amo”. Después, en el taxi de regreso se durmió en mis brazos y cuando la cargué para bajarla sus dedos no soltaban un juego de ladrillos azul. No pude cambiarle la ropa y a la madrugada mojó su vestido blanco y las sábanas rosadas. Todavía no cumplió cuatro años y ya es 31 de diciembre y no va a vivir más conmigo. Vendrá sólo a visitarme.
A la mañana fuimos a una juguetería a comprar un salvavidas para cuando venga y se meta en la pileta de lona, y un cubre colchón, por si sigue mojando la cama, y una caja con veinticuatro marcadores de colores porque quería dibujar un arcoirirs. “Nadie me enseñó a dibujar un arcoirirs, papá.” Yo le enseñé y ella separó los marcadores en colores para hombres y para mujeres. Los colores claros eran colores de mujer, y además del pasto verde y el sol amarillo dibujé estrellitas negras.
Estuve una hora, dos horas, esperando que la madre pasara a buscarla y se fueran. Quería quedarme solo, terminar de una vez. Mi hija me pedía lo de siempre, un cuento con animales, que sea largo y que termina mal para todos. A medida que se iba acercando el momento en que Paula vendría, mi voz enronquecía, yo quería apartarme y no hablar. Al mismo tiempo, pensaba que recién iba a recuperar a mi hija, tenerla de verdad, cuando dejara mi casa. Mi hija siempre fue preciosa para mí. Desde que nació, el sinsentido del mundo se condensó hasta convertirse en un punto insignificante, y lo único que tuvo consistencia del ser, el brillo y la dimensión de lo existente, fue su presencia. Pero al mismo tiempo su realidad cotidiana se volvió un obstáculo para que la adoración que siento por ella se convirtiera en una totalidad suprema. Las veces que me enojé y le grité porque se portaba mal, las veces que le pegué...
Paula acaba de llevársela. En la despedida, yo le di un beso a Paula y Ana dijo: “Si se dan besos de novios yo no me puedo ir”. La madre le dijo: “Son besos de amigos” y después se volvió hacia mí y dijo: “Nunca vio que nos diéramos besos de novios”. Y se fueron de la mano. Yo me quedé en la puerta viéndolas irse y conteniendo las lágrimas. Ana llegó hasta la esquina y se dio vuelta y me saludó, me tiró un beso, sopló en el aire y después se volvió hasta su futuro.
Estoy solo y tengo que sobrevivir. Entro en mi casa, me tiembla la mandíbula. Empiezo a llorar, quiero gritar pero que no me escuchen los vecinos. Abrazo la pared, de golpe el dolor desaparece. Mi hija y mi ex mujer se borran en el aire. Siempre estuve sólo, no hay nada, nunca hubo nada. Ese cuerpito frágil y alegre diciéndome adiós. Mi hija tiende el puente de plata con la vida. Tengo que ir a comprar cosas: la casa no debe estar vacía cuando ella venga a visitarme”. Fragmento de su novela “Derrumbe”. (Mondadori).    

Sergio Sinay.
Escritor y periodista.

La paternidad, en su sentido más profundo y trascendente, no se define desde la biología ni desde el estado civil. No basta con procrear para ser padre (o madre). Y la condición de separado o divorciado no hace a un padre menos padre. La paternidad, como la maternidad, es una función que se define por su ejercicio, por sus contenidos. Las funciones del padre incluyen la de agente socializador de sus hijos, la de instrumentarlos para salir al mundo, la de guiarlos en experiencias iniciáticas, la de transmitir, a través de su conducta, valores esenciales para la convivencia y el desempeño en el universo externo y la de ponerlos en contacto vivencial con manifestaciones de la emocionalidad masculina.
Intencionalmente no he mencionado las funciones de proveedor material o de protector físico, a las que nuestra cultura redujo durante mucho tiempo, pobre y tristemente, el papel del padre. A tal punto este mandato impregnó a generaciones enteras de varones y mujeres, que aun hoy, más allá de discursos psicológicamente evolucionistas o de posturas progresistas en el discurso (aunque no tanto en las conductas) estos atributos siguen apareciendo ante el padre varón como exigencias ineludibles. Pero lo cierto es que un padre cumplirá sus funciones si se conecta con todas las áreas que mencioné anteriormente y si se compromete de hecho con ellas.
Sin ese cumplimiento, la paternidad (como la maternidad cuando sus funciones específicas están desatendidas) será un simple acto o accidente biológico. Por lo demás, un padre puede separarse de la madre de sus hijos, sin divorciarse de ellos. El ejercicio de la paternidad (como el de la maternidad) en su sentido esencial requiere de conciencia y voluntad. Es un ejercicio de responsabilidad, no en el sentido de carga u obligación, sino en el de elección y capacidad de respuesta ante los efectos de esa elección. Hay divorcios más difíciles y otros más fáciles. En algunos los hijos se convierten en proyectiles de una batalla entre sus padres o en botines de sucesivas rapiñas emocionales con las que éstos procuran dañarse. Y hay separaciones en donde los ex cónyuges no olvidan que fueron responsables en la creación de la vida de sus hijos y responden pensando ante todo en lo mejor para los chicos. En los primeros casos, los padres varones suelen apartarse (por propia voluntad o por manipulación materna) de sus hijos. En los segundos ejemplos, encuentran nuevos y nutricios modos de continuar presentes (y funcionales) en la vida de ellos.
En ambas situaciones conviene recordar dos cosas: La paternidad es una construcción, adquiere significado a través de acciones y de presencia, va más allá de enunciados y de comprobaciones biológicas. Todos los hijos son elegidos (“descuidarse” es una forma de elegir) y su presencia es una pregunta personal y dirigida que sólo el padre (y la madre) pueden responder. 
Un padre separado, entonces, no es menos padre y su situación puede ser el puntapié para convertir su paternidad en un ejercicio activo, conciente y responsable porque a veces, cuando está asegurada la rutina de vivir bajo el mismo techo, esto no ocurre. Vivirlo así es, casi, una decisión moral. 

Julio Trucco.
Fundador de la Asociación de Nuevos Padres.

En 1987 me divorcié siendo padre de dos hijos de dos y tres años. A partir de ese momento tuve la oportunidad de experimentar cómo es ser un padre separado. Hay mil preparativos para casarse pero para separarse, ninguno. Quise seguir criando a mis hijos, no me conformaba con sólo visitarlos. Pretendí pasar tiempo con ellos, no sólo “tiempo de calidad” sino cantidad de horas. Decidí ocuparme de sus necesidades y además, pagar alimentos. Pero como cualquier persona que va en contra de las costumbres de la época, sufrí los rigores de una sociedad y de una jurisprudencia sexista. En ese momento, el estereotipo masculino era el del padre proveedor y la madre cuidadora y oponerse era ir en contra de lo establecido. El litigio judicial incluyó cientos de horas de audiencias, entrevistas, testimoniales, denuncias, ejecuciones sumarias y embargos.
En 1995 escribí una carta de lectores al diario Clarín en la que contaba mi experiencia. A los pocos días, muchos padres que se sentían identificados con mi situación se pusieron en contacto conmigo. Una tarde nos reunimos casi doscientas personas con la misma problemática. Nos organizamos y fundamos ANUPA (Asociación de Nuevos Padres). No nos conocíamos, teníamos distintas posiciones económicas y niveles culturales, pero no necesitábamos abundar en detalles para entendernos.
Nos preguntábamos: ¿Cuántos niños pierden la cotidianeidad de un vínculo tan importante en detrimento de su propia psiquis? ¿Por qué el rol del padre después del divorcio es objeto de la manipulación de letrados, funcionarios judiciales, ex cónyuges y de la prensa?
Hoy, a veinte años de mi separación, veo que cada vez son más los padres que quieren participar activamente en la crianza de sus hijos. Los medios también muestran un nuevo prototipo de padre, más tierno, cariñoso y afectivo. Los modelos anteriores, en cambio, auspiciaban figuras tradicionales de "jefes de familia" distantes. Los nuevos arquetipos de padre luchan por sus hijos, se preocupan por ellos, marchan con sus bebés sujetos al pecho o se levantan por la noche para atenderlos. Los cambios en los roles son fácticos, resta que las leyes y la jurisprudencia de familia reflejen los cambios que ya se dan en la realidad. 
Creo que la tenencia compartida tiene algunas desventajas. Muchos padres divorciados acuerdan compartir la crianza de sus hijos, pero su verdadera aspiración es obtener una tenencia monoparental. Quieren que el menor elija a uno y descarte al otro. Esta situación provoca que traten a su hijo como un verdadero “niño divino”. Y con ese objetivo en la mira, cualquier seducción es insuficiente. No lo castigan cuando corresponde por miedo a perder terreno ante el otro.
Desde ANUPA difundimos la opción de la tenencia compartida de los hijos como una opción más después de la separación de los padres. Consideramos que una opción tan importante como compartir la crianza de los hijos del divorcio, no puede estar fuera de la letra de la ley.
Consejos para padres divorciados

1) No divorciarse de los hijos.
Distanciarse de la madre no implica separarse de los hijos. La condición de divorciado no hace a un padre menos padre. La paternidad es una función que se define en su ejercicio.
2) El nuevo papá.
El modelo de paternidad tradicional auspiciaba padres distantes, poco dados a las caricias y los juegos. Los nuevos arquetipos luchan por sus hijos, cambian a los bebés y se levantan para atenderlos.
3)El papá multifunción.
Trascender el rol de proveedor material y cumplir otras funciones como guiar, transmitir valores para el desempeño en el universo externo y vincular a los chicos con la emocionalidad masculina.
4) Cantidad y calidad.
Es importante que un padre pase tiempo con sus hijos. El concepto “tiempo de calidad” es engañoso porque un vínculo sólido se construye cuando ambos comparten los detalles de la vida cotidiana.
5) Otra oportunidad.
La separación puede ser el puntapié para convertir la paternidad en un ejercicio activo y responsable. A veces, la rutina de vivir en la misma casa, afecta el papel del hombre en la crianza de los hijos.
6) No pedir permiso.
Muchos hombres esperan que las madres habiliten su rol cuando en realidad deberían asumirlo sin pedir permiso. La paternidad es un derecho que se adquiere cuando nace un hijo.
7) Dejar de ser hijo.
Cuando un hombre se convierte en padre, abandona el rol de hijo y se conecta con otros aspectos de la masculinidad. Un adulto sabe asumir su responsabilidad y dar protección y apoyo emocional.
8) Poner límites.
Un padre debe poner límites, establecer normas y códigos y orientar. La separación no debería convertir a un papá en un seductor de sus hijos con la mirada más atenta en el divorcio que en su rol.

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