Con motivo de una separación o la crisis, muchos hijos regresan a casa de los padres, trastocando su rutina y causando problemas de ansiedad o estrés
22.10.09 -
Habían reciclado las habitaciones. La de la hija, como sala de estar, y la del hijo, como una especie de oficina-gimnasio, con ordenador, pero también con bicicleta estática. Enrique Ortiz ya estaba jubilado y su mujer, Charo Vidal, empezaba a saber lo que era el tiempo libre. Se habían enganchado a los viajes y se habían apuntado a clases de informática y de baile. Sin embargo, la pasada primavera, su hijo se quedó en paro. Era el único que trabajaba en casa. Está casado y tiene dos hijos. Y, por supuesto, hipoteca. Les llegaba el agua al cuello y, después de pensarlo mucho, decidieron mudarse para ahorrar gastos. Pusieron el piso en alquiler y se marcharon a vivir a casa de los padres de él. Entonces, los esquemas se rompieron. Ahora, Enrique y Charo se han tenido que adaptar a la nueva realidad: su hijo cuarentón ha vuelto a casa, pero no solo, sino con tres personas más. «Entendíamos que era una situación difícil y teníamos que ayudarle. Lo que pasa es que hemos tenido que renunciar a muchas cosas porque ahora ya no somos sólo dos», comenta Ana.
Su caso no es nada extraño. La crisis económica ha obligado a muchos hijos a volver a casa de los padres ante los numerosos gastos. Pero también los divorcios y las separaciones están llevando a muchos a regresar al hogar familiar. No sin consecuencias. Si la depresión y la tristeza invade a los padres con la marcha de los hijos, la ansiedad, el estrés, el nerviosismo y la falta de descanso se apropian de los progenitores con su vuelta. Se pasa, así, del síndrome del nido vacío al del nido lleno, o incluso repleto.
No es fácil renunciar a la independencia para quien se ve obligado a volver
Depende de cada uno
Como advierte la psicóloga María José Zoilo, «hay quien lo hace por pura necesidad, es consciente de la situación e intenta no ser una carga» y luego están aquellos que, aprovechando la crisis -ya sea económica o emocional-, «encuentran en sus padres un magnífico colchón». En cualquier caso, la situación de incomodidad es común a ambas partes. Por un lado, los progenitores deben romper una rutina que ya tenían como pareja para recibir de nuevo a un hijo que ya no es un adolescente. Pero, a su vez, éste se ve obligado a renunciar a ese espacio personal que ya había alcanzado.
«Nunca es fácil dejar una vida propia para volver, pero a veces no hay más remedio, es imposible vivir y mantener una casa si además hay que pagar una pensión», advierte el presidente de la Federación Andaluza de Madres y Padres Separados, Antonio Pino, para quien «es normal» buscar el apoyo de la familia en estos casos.
A Pablo P. le ocurrió. Con 21 años se lanzó a la aventura y se marchó a Londres para aprender inglés. Encadenaba un trabajo con otro, pero nada estable. Pensó en volver, pero conoció a una chica, con la que convivió casi dos años. Hasta que se rompió la relación. Entonces, como el trabajo no le acompañaba, decidió regresar a casa. Y, en vista de las malas perspectivas laborales, a la casa paterna. Ahora tiene 31 años y sigue allí. «Es difícil de explicar, pero te sientes impotente porque, sin ahorros ni un trabajo fijo, es imposible vivir», comenta.
Por lo general, si el hijo ha tomado la decisión de abandonar el 'nido', es porque quiere empezar una nueva etapa en su vida, manifiesta la psicóloga de ISEP Clinic Noemí Fernández. «Es muy duro que dicha nueva etapa se vea truncada, en muchos casos, por causas ajenas a la voluntad de cada uno, porque por mucho que una persona esté preparada y busque empleo, la realidad es que en estos momentos es difícil poder acceder a alguno», añade.
Un proyecto roto
No en vano, para quien lleva años emancipado, cuesta regresar. Como constata el catedrático de Sociología Pedro Sánchez, «los casados, en general, tienden a mantener su independencia al máximo». Pero lo mismo les ocurre a los padres. Suele ser una situación incómoda para ambas partes. La psicóloga María Jesús Álava recuerda que el regreso se asocia a una circunstancia negativa. «Por lo general, quien vuelve se siente damnificado económica y emocionalmente, y ha perdido un proyecto de vida, por lo que necesita apoyo», puntualiza la especialista.
El problema es que, a menudo, se abusa. «Hemos pasado de cuidar a los mayores a ser cuidados por ellos», sostiene Zoilo. De esta forma, los padres se ven obligados a retomar ese rol y a asumir ciertas cargas, además de que, como coinciden en señalar los especialistas, ellos se ven también afectados ante la frustración y el fracaso de los hijos. «Muchos ejercen tanto de banqueros como de criados o cocineros», observa la psicóloga, advirtiendo de que muchos hijos «quieren seguir teniendo la libertad de la que han disfrutado fuera de casa, pero al mismo tiempo sin responsabilidades».
Eso provoca a menudo tensiones. Ya se sabe, no es lo mismo la visita del domingo que convivir día a día. «Se acrecienta lo malo, como en navidades», comenta Zoilo. Pero incluso entre los propios padres surgen chispas. «Se produce una disyuntiva entre ambos: uno de los dos siente que tiene que volcarse, mientras el otro se niega a ser un rehén de los hijos», atestigua Álava, que recuerda que muchos hijos se encuentran incómodos, pero al mismo tiempo muchos padres «se sienten utilizados, exprimidos e invadidos». Hasta tal punto, que, subraya la psicóloga, algunos hijos han pedido a los padres que vendan la casa y compren otra más pequeña, o que la hipotequen, o que incluso se marchen al pueblo para poder quedarse con la vivienda o sacarle partido económico. Otra opción es recurrir a las herencias negativas. Como explica Pedro Sánchez, se trata del «anticipo prematuro de la herencia para poder salir a flote en momentos de crisis». Y no son pocos los que ya hacen uso de ello.
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