Paula Ballesteros
Domingo, 19 Septiembre, 2010Desde Tolstoi, precursor en sus escritos del rayo láser, como Gernsback del radar y la televisión, sin olvidar a Julio Verne, el hombre demuestra que la imaginación no conoce límites. Puede que los visionarios del futuro que nos espera sean personas con capacidad de activar una parte del cerebro que todos tenemos y que solo algunos saben utilizar.
Uno de los novelistas encapsulados en el género de ciencia ficción, Ray Bradbury conmovió a la sociedad con Farenheit 451. Se rodó luego una película y de las salas de proyección, el que más y el que menos, salía preguntándose si ese mundo que acababan de ver en la pantalla se convertiría alguna vez en realidad.
Los libros estaban perseguidos, se quemaban en hogueras y se detenía a quienes los atesoraban escondidos, mientras se alertaba a la población de que el gobierno decidía lo mejor para todos. El libre albedrío, y el pensamiento individual no eran buenos, pues fomentaban discusiones y pluralidad.
La noticia original contiene una video:
http://www.diariodealcala.es/articulo_c/general/1484/casas-de-acogida-y-victimas-colaterales-los-hijos
Un pequeño fragmento, en castellano, de Farenheit 451, la película de Truffaut inspirada en el libro de Bradbury. La novela tiene 50 años, y el filme 40... ¿pero alguien se atreve a decir que su contenido ya no está vigente?
Una gran ilustración para el mítico libro: la clave, en el interior de la cabeza
Desde la mañana, una gran pantalla en todos los hogares condicionaba desde el estado de ánimo de su dueño, hasta la comida o entretenimiento que ese día reservaba. La gran pantalla interactiva se apropiaba de los hogares convirtiéndolos en celdas.
Nacieron los "Hombres Libro", cada uno de ellos permutaba su nombre por el del libro que recitaba día tras día y párrafo a párrafo para recordarlo con puntos y comas. El bosque en el que se refugiaban se pobló de Crimen y Castigo, el Quijote se cruzaba con Romeo y Julieta, que acababa de saludar en su camino a La Cosecha, de Tagore. Detrás caminaban la Biblia y la Tora; y cuando un hombre libro se avejentaba, un joven aminaba a su lado aprendiendo las frases del libro del que tomaría su nombre.
En 1932 Aldous Huxley toca en su novela Un Mundo Feliz el compromiso que supone el libre albedrío. El personaje que lleva el peso de la trama tiene que decidir si su vida se desarrolla entre las tecnologías que absorben a la vez que facilitan, o el sentimiento de huida para convertirse en un salvaje.
Lo cierto es que siempre, por un medio o por otro la especie humana ha querido comunicar sus pensamientos, opiniones, sueños. Los diarios de mesilla se han sustituido por blogs, como el que están leyendo ahora. Las misivas por los mensajes en cualquier red y las llamadas telefónicas por SMS con letras que sustituyen a palabras completas.
Estamos más conectados, pero mucho menos comunicados y este mundo con tanta información accesible es un lugar en el que nos cruzamos en la más absoluta desinformación.
Los gobiernos se inventan leyes y mientras tratamos de entender su significado se comen el terreno del libre albedrío, en el que sí hay que tener en cuenta las normas de una sociedad cívica. Mucho me temo que la Ley de Violencia de Género es un claro y nefasto ejemplo de lo que esto significa. Madres que denuncian por malos tratos empiezan un calvario que transcurre entre casas de acogida, holding vergonzoso en el que ni se sienten acogidas ni los hijos que con ellas van tratados como su situación merece.
Visitas a los juzgados reclamando atención psicológica para sus niños enfermos, hijos depositados en centros de la Comunidad pertinente, cuando no internados en centros de atención mental. Asociaciones que reciben dinero del Estado en las que las mujeres no encuentran el apoyo que se publicita, plataformas que costean ellas mismas para sentirse arropadas.
Cada viaje que hacen al juzgado reclamando un servicio al que tienen derecho, perciben desconfianza hacia sus reclamaciones. Sus abogados, de oficio designados por obligación, no ponen demasiado interés debido a la poca remuneración que reciben.
Este vídeo invita a reflexionar. Hay que tener tolerancia cero y persecución total contra el maltrato a la mujer; pero también contra la denuncia falsa a hombres inocentes
En el Código Penal se contempla el delito de parricidio e infanticidio, agravado por la circunstancia de proximidad familiar y por tanto facilidad para cometer un delito. Este artículo no discrimina hombres de mujeres, tiene en cuenta la fuerza física como agravante, naturalmente siempre se piensa que un hombre la tiene mucho mayor que su compañera o sus hijos. Pero la Ley de Violencia de Género ha complicado las cosas y se ha sacado de la manga una violencia diferente en la que se ven mezclados abogados, leyes, síndromes parenterales y juicio mediático de la sociedad.
El libre albedrío junto al sentido común cabalgan a lomos de los hombres libro refugiados en el bosque, esperando que el negocio de las denuncias falsas deje paso a la justicia y que las necesitadas de seguimiento no se sientan recluidas en casas en las que su dignidad sobrevive sólo por la preocupación por los hijos menores que llevan con ellas.
Mientras tanto, el negocio de las denuncias falsas engorda y las víctimas cambian de género. Es un gran negocio denunciar a un hombre por maltrato, éste se ve arrastrado fuera de su casa con la lacra social, sufriendo otro juicio mediático a causa de una ley que no sólo no ha evitado muertes y perjudicado a las verdaderas mujeres víctimas, sino que por contra ha conseguido tantas víctimas entre hombres inocentes que Europa llama la atención a España a causa de este tema.
El síndrome parenteral, el que sufren tantos niños ajenos a una decisión de adultos, tiene mucho que explicar ¿Cómo no van a tener ansiedad, disfunciones físicas y psíquicas menores que ven su infancia sometida a las visitas dictaminadas por un juez y en muchos casos con presencia policial por medio?
Si la denuncia por maltrato es cierta y el juez dicta la tutela compartida ese menor tiene miedo. Si es falsa y el padre reclama su derecho a ejercer como tal, la madre tratará de que el menor sienta como algo terrible la convivencia con su padre.
Las casas de acogida son imprescindibles, pero la solidaridad, el compromiso y la supuesta ayuda al que lo necesita cobija, a menudo, intereses bien confesables: el negocio del dolor, que sospechamos puede ser ya una industria boyante
Hace no muchos días una plataforma de mujeres que se financian a si mismas para conseguir lo que la justicia no les da, pedían ayuda para una de sus compañeras, su hijo que aún no ha cumplido los once años tenía que ser entregado a su padre. En mi poder tengo suficiente documentación como para saber que esta llamada era cierta, pero la ley prohíbe a estas mujeres identificarse con nombre y apellido bajo amenaza de perder la tutela compartida. Me aseguran que no intentan que sus hijos carezcan de padre, sólo quieren evitar que caiga en manos de un maltrador, piden seguimiento psicológico para demostrar que el síndrome parenteral no se debe a manipulaciones por su parte para conseguir ventaja.
El niño, que desde los dos años ha pasado por casas de acogida con su madre, innumerables visitas al médico e incluso por la sección de Salud Mental; tuvo que ser entregado al padre a través de la policía. Antes pasó por Urgencias, adonde la propia policía le llevó en ambulancia.
El panorama es desolador, los hombres inocentes se ven expoliados y maltratados por una Ley de Violencia de Género que permite con una simple denuncia y sin pruebas condenar a inocentes que en su vida han ejercido violencia y sin embargo son arrastrados de sus casas como un enemigo público.
Este spot para denunciar el maltrato a las mujeres ganó un merecido premio: esta lacra hay que perseguirla por tierra, mar y aire. Pero es inaceptable incluir en el saco la criminalización de los hombres o el negocio de quienes viven de ese dolor
El negocio aquí y en otros frentes de la solidaridad engorda, y los carroñeros tienen el campo abonado de minas judiciales que dejan a un lado y a otro cadáveres sin distinción de género, mientras los hijos sufren secuelas que perdurarán toda su vida.Los españoles pagamos impuestos que bien administrados no permitirían coches oficiales, posesiones inimaginables para los sueldos que declaran nuestros políticos, organismos que cuesta mantener lo que no valen, personas que comercian con el dolor ajeno, ministras sin experiencia cuyas pretensiones son cambiar la ortografía que aprendimos, adivinando si es correcto decir juez o jueza, cuando el artículo ya no determina si es masculino o femenino.... en definitiva, reivindicaciones tan absurdas como crueles en casi todos los casos.
Inestabilidad en un tema tan grave como es la tortura a la que se somete a los hijos por algo que se asemeja mucho a una rabieta reivindicativa de una mujer joven, inexperta con algún trauma de la infancia tal vez por haber sufrido a un padre dictador.
Y mientras todo esto sucede, abuelas que se declaran en huelga de hambre por la tutela de unos nietos para que su hija, acusada de posible manipulación contra el padre, no pierda la posibilidad de ejercer de madre.
Estamos locos, la sociedad conectada con las técnicas avanza hacia un pozo de incomunicación, la palabra, la lógica y responsabilidad tendrán que refugiarse en el bosque y algunos visionarios del futuro que nos aguarda, trataremos de recordar escribiendo día por día en este o cualquier medio, para no olvidar que una vez hubo libros y en ellos aprendimos el valor de la infancia, futuro de una sociedad que se destruye a causa de leyes absurdas sin medios orquestados para obtener la justicia.
Conozco y asumo que mis palabras hieren la ceguera de feministas extremas que con su conducta manipulan a una parte de la sociedad que nunca aprendería de memoria el Quijote, pero acaricio la idea de que en algún lugar, juzgado, calle, tertulia, prensa y cualquier medio en el que nos comuniquemos, se empiece a reaccionar para limpiar este campo de minas en el que se ha convertido la Ley de Violencia de Género.
http://www.diariodealcala.es/articulo_c/general/1484/casas-de-acogida-y-victimas-colaterales-los-hijos
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