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lunes, 27 de septiembre de 2010

Más de 40.000 divorciados vuelven a casarse cada año

Los hijos de diferentes parejas, los problemas económicos y la desconfianza en el sexo opuesto son los principales escollos para casarse de nuevo. Peor es la soledad
26.09.10 - 12:00 - FRANCISCO APAOLAZA
«Sólo por amor te metes en este lío»
Paco López le ha dado cuatro oportunidades a la vida en pareja, que es una manera más lírica de decir que se ha presentado, trajeado, afeitado y bien peinado hasta cuatro veces ante el juez para casarse. Y ninguna le duró para la eternidad. «Para que me entiendas: a todo el mundo le pasa el tren una vez..., pero yo soy una estación». Ha sido paracaidista (de ahí tal vez le venga su ánimo por saltar al vacío), empresario de pesca en Argelia y, entre otras labores, hostelero en un bar en el barrio de la Encarnación, en el centro de Sevilla.
Si el diamante es el mejor amigo de la mujer, como cantaban en ‘Los hombres las prefieren rubias’, la alianza es el de los varones. Eso dice, al menos, la tajante matemática. Porque una vez divorciados, los hombres españoles se vuelven a casar un 10% más que las mujeres. En 2008, último año del que el Instituto Nacional de Estadística tiene datos oficiales, se desposaron 45.000 personas que habían reiniciado su vida sentimental por divorcio o viudedad, el 11% de los 400.000 españoles que se dieron el sí quiero ese año.
La crisis ha frenado el número de bodas y divorcios, a pesar de que hay gente, como Paco López, empeñada en romper la tendencia. Todo un caso. Este sevillano de 61 años recibe en el bar Stratos, por el que trajinan clientes, cafés con leche y tostadas con jamón y aceite. Tras la barra relata la sinuosa hoja de ruta de su corazón, marcado con cuatro muescas desde que en 1978 se casara en Sevilla con la madre de su único hijo, Israel. «No estaba bien no casarse con un niño en el mundo...» y además Paco, como él dice, era «un buen partido». Y lo fue al menos durante seis años, hasta que llegó la separación en 1984. Sólo un año después volvió a ponerse el anillo de Gloria, que «no era la mujer sumisa a la que se acostumbraba en aquel momento». En 1988 se divorciaban sin hijos en común y al año siguiente se casaba con Esther: «Por amor, y quien dice amor, dice comodidad». Con esos mimbres, la cosa no cuajó y volvió a la soltería, no por mucho tiempo. El justo para que apareciera en su vida Matilde: «Es el amor de mi vida». Eso, en una vida con tantos amores, es decir mucho, pero no lo suficiente para ser eterno. Catorce años duró con Matilde, su marca personal. Paco no tiene más que buenas palabras para sus cuatro ex: «Las cuatro son maravillosas. Nunca han hecho nada para ofenderme o hacerme daño. ¿El problema? Es que soy yo, yo y después yo... Soy un egoísta».

«Dependía de las mujeres»
Sentimientos de culpa al margen, la primera vez que Paco se separó se sintió «muy libre», aunque cree que su amor por el matrimonio tiene que ver con que se crió con cuatro hermanas. «He vivido en el matriarcado de la comodidad. Tenía dependencia de las mujeres: no sé vivir sólo», confiesa. ¿Por qué sucede esto? Lo primero que se nos viene a la cabeza es el tópico: los hombres necesitan a una mujer a su lado porque no saben ni freírse un huevo; en cambio, ellas son más independientes. «Y es lo que dice el sentido común», admite Nuria Chinchilla, economista del IESE (Universidad de Navarra) y experta en familia.
El sociólogo Javier Elzo no lo tiene tan claro y apunta a un fenómeno bastante más complejo: «Ha habido una sobrevaloración del feminismo que hace que la mujer que se ve libre no quiera volver a casarse. Ellas han estado muchos años al servicio de los hombres. El resultado es que muchos no saben hacer las cosas que deberían saber hacer en la casa y muchas de ellas, que han estado hasta ahora bajo el capricho de sus maridos, siguen la corriente feminista que les hace recelar», explica.
Están escaldadas, aunque no todas. Sin ver las cifras, Elzo apuesta a que esta tendencia de hombres supuestamente inútiles y mujeres que huyen de los juzgados tiene los días contados. «Apuesto a que eso ya no ocurre con la gente más joven». Y acierta. A la hora de darse otra oportunidad, hay un abismo dependiendo de la edad. En resumen, cuando ellas son jóvenes se vuelven a casar más que ellos (hasta un 50% más entre 28 y 35 años) y cuando ellos se hacen mayores se vuelven a calzar la alianza hasta cuatro veces más que ellas, como sucede con los de más de 60 años. ¿Sorpresa? Hasta cierto punto. Para Nuria Chinchilla, la desigualdad tiene una razón lógica: «En un principio parece que las treintañeras con hijos necesitan un padre y un hogar para ellos, y los hombres mayores necesitan una mujer que les lleve la casa», resume.
«Cuando son jovencitas y pasan por un desengaño, no se pueden creer que el matrimonio no funcione». Y repiten. Luego entran en juego otros factores relacionados con esas torcidas reglas sociales sobre la moral y la decencia. Esta ley no escrita da su bendición a un hombre de 60 años que se casa con una mujer de 30, pero... ¿y a una de 60 con uno de 30? Ella lo lleva más crudo. También son menores las posibilidades para encontrar pareja de una mujer conforme suma años. Se le pasa el arroz, dicen, mientras los hombres mantienen sus oportunidades sentimentales prácticamente intactas. La abogada Susana Moya es profesora de Derecho y Familia de la UNED, vicepresidenta de los abogados de familia españoles y matrimonialista desde 1978, y en todo ese tiempo ha tratado cientos de casos.Confirma que para ellas «es mucho más difícil acceder a una segunda relación cuando se hacen más mayores. A lo que se suma que la mayoría de las divorciadas gozan de una pensión compensatoria que no quieren perder con un nuevo enlace». Por si fuera poco, hay que añadir niños que en muchos casos no aceptan al nuevo cónyuge. Con este panorama por delante, Moya entiende a muchas divorciadas cuando le confiesan: ‘Yo ya he estado en ese club y no quiero volver’. «Las mujeres son mucho más prácticas que los hombres y se plantean no meterse en un lío con lo bien que están», puntualiza la abogada, que ha llegado a divorciar tres veces a la misma pareja en Madrid.

Luis González es el presidente de la Asociación de Padres Separados de Vizcaya y pone el acento en los hijos de otros matrimonios anteriores. «En los divorcios, las mujeres generalmente se quedan con los niños y se pueden convertir en un lastre porque no aceptan tan fácilmente que su madre se eche novio».

El problema de los niños
Historias de bodas, separaciones y ‘rebodas’ han llenado de suculentas exclusivas el papel couché de la prensa rosa española: el noviazgo, el enlace, la casa, la bronca, la separación, el divorcio, otra novia, otra boda... Para algunos casarse varias veces parece más un capricho. Isabel Preysler tuvo tres maridos: Julio Iglesias, el Marqués de Griñón y Miguel Boyer, que han hecho verter mares de tinta; Carlos Larrañaga, cuatro esposas: María Luisa Merlo, Ana Diosdado, María Teresa Ortiz Bau y Ana Escribano, de la que se ha divorciado a los 73 años; y tres Francisco Álvarez Cascos: Elisa Fernández Escandón, la jovencísima Gema Ruiz y la galerista María Porto.
No hace falta ser una estrella de Hollywood para reiniciar la película de la vida. Imanol Requena es maestro industrial en San Sebastián y no se reconoce en la imagen de hombre inútil. «Se me da muy bien. Friego, limpio, lo que haga falta». Se casó la primera vez con 22 años –«por amor o por cultura», no lo sabe aún–. La segunda con 30 por «ser prácticos» y la tercera con 49 por «temas de patrimonio». Cada uno le supuso un nuevo reto: con cada divorcio, despechado, fracasado y convencido se dijo eso de «ésta es la última». Y siempre terminó cambiando de opinión.
«Sólo por amor te metes en este lío»
Cuando llega a casa, la última trifulca en el Congreso tiene poca importancia. Esteban González Pons (Valencia, 1964) deja de ser el vicesecretario del PP para formar parte de una curiosa familia con seis hijos. Dos los tuvo con su anterior esposa, tres los ha aportado Piluca Bertolín, su actual mujer, y el último lo han tenido juntos. «Es muy divertido», promete.
–¿Cómo empieza su historia matrimonial?
–Era un chiquillo.Me casé con 25 años en 1990 y me divorcié en 2003, aunque en el 93 me eligieron senador y llevamos vidas distintas entre Madrid y Valencia. Tuvimos dos hijos.
–¿Cómo se encontró en la soltería?
–Tenía 38 años y volví a casa de mi madre: a los hombres de mediana edad nos arruinan cuando nos divorciamos por el convenio regulador. Ella se quedó la casa y la custodia de los hijos. Me sentía fracasado.
–¿Vuelta a la casilla de salida?
–Como en el Monopoly, a la salida sin cobrar las 20.000. Estaba decidido a no volver a saber nada del matrimonio jamás.
–¿Cuándo cambió de opinión?–En marzo de 2004, cuando conozco a Piluca [Bertolín, diseñadora, su actual esposa]. Es lo mejor que me ha pasado en la vida. Comprenda que nada fue sencillo, desde luego. Ella tenía tres hijos de otro matrimonio con 9, 7 y 3 años, yo dos de 12 y 9 años. Luego vino otra hija en común... Hubiera sido más fácil no casarnos, pero cuando se quiere de verdad se ha de querer con todas las consecuencias.
–Seis niños de tres matrimonios distintos. ¿Cómo se concilia esa situación?
–En casa hay un lío monumental. ¡Somos como ‘Los Serrano’! Es muy difícil. A veces funciona regular, pero la cosa sale adelante con mucha generosidad y paciencia. No puedo decirle que es un paraíso, pero es el esfuerzo más bonito que podemos hacer el uno por el otro.
Lazos de hermandad
–¿Cómo se llevan?
–Entre los niños no hay dificultades. Si son muy pequeños, se solidarizan y tienden a crear lazos tan fuertes como la hermandad de sangre. Lo complicado es la relación de los niños con alguien que no es su padre o su madre. Claro que hay momentos muy especiales.
–¿Por ejemplo?
–Cuando la convivencia es complicada, el cariño que se pone es mayor. Unas vacaciones en una furgoneta alquilada con ‘Los Serrano’ dentro... No hay viaje con un grupo de amigos que sea más divertido. Aunque es un lío enorme... Sólo por amor se mete uno en este fandango. Si hay alguien que lee esto que está en una situación parecida y se lo está pensando, le aconsejo que se lance a la piscina. Vivir es una aventura y vivir en una familia como ésta es la aventura más gratificante de todas.
–Usted admite que no es la típica familia tradicional que se espera de alguien del PP.
–Desde luego, no es convencional, ni tradicional.Pero es la vida de un hombre de mi generación. Yo, como ellos, estoy casado por amor.
http://www.diariovasco.com/v/20100926/al-dia-sociedad/divorciados-vuelven-casarse-cada-20100926.html

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