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domingo, 19 de septiembre de 2010

Papá, yo quiero que tú... (I parte)

Por Sayli Sosa Barceló Jueves, 16 de Septiembre de 2010
• ¿Cómo son los padres de estos tiempos? ¿Cuánto han cambiado los modelos de paternidad en el Ciego de Ávila de hoy? Invasor digital propone una primera mirada
De pronto, sin avisar, ella (Meryl Streep) decide que está cansada. No lo piensa dos veces. Se va. Deja detrás a su pequeño hijo y a un esposo (Dustin Hoffman) para el que la familia siempre debía esperar.
Comienza así una película que, además de ganar varias estatuillas en Hollywood, puso en la gran pantalla conflictos domésticos poco habituales para una sociedad que, sin embargo, asistía todos los días a la crisis de una de sus piedras angulares: la familia.
Kramer contra Kramer (1979), que así se titula el filme, pone al descubierto la ruptura de los lazos conyugales y filiares, cuando la madre se aparta del hogar y deja el cuidado y la educación del pequeño en manos del padre.
La trama continúa y se concentra más en el proceso legal, una vez que ella se arrepiente de su decisión y vuelve para pelear por la custodia del hijo. Para ese entonces la relación entre el niño y su padre ha cambiado radicalmente.
El hombre inepto en cuestiones hogareñas tan elementales como preparar el desayuno, o que deja "olvidado" al infante en cualquier lugar, mostrado al inicio del largometraje, se transforma en un padre dedicado, cariñoso y protector, que luchará con denuedo por mantenerse junto a su crío.
Y en este sentido, quizá Kramer contra Kramer aporte nuevas visiones no solo del divorcio y los conflictos que gravitan a su alrededor, sino de la caracterización de un modelo de paternidad que, a pesar de los estereotipos y la hegemonía de otros patrones de cómo debe ser un papá, gana terreno en la actualidad.
¡QUE MARAVILLA ES ESTE PAPÁ!
Así dice, una y otra vez, el tema musical de un animado bastante popular entre varias generaciones de cubanos. Ante la ausencia temporal de la mamá, el padre asume las labores domésticas que van desde la limpieza de la casa hasta el cuidado del bebé. Termina exhausto, pero para él ver el rostro feliz de su esposa supone premio suficiente.
Tal vez sea este "muñequito" el único, no puedo afirmarlo, que desde su lenguaje y estética proponga otra mirada a la maternidad y la paternidad en Cuba. Una relación que, como todas las que se establecen entre seres humanos, está atravesada por herencias socioculturales que si bien no determinan, sí influyen sobremanera.
Así, ha llegado hasta hoy una división de roles en el seno de la familia que impone formas específicas de ser mujer-madre, y hombre-padre.
Estos patrones promueven un modelo de mamá dedicada, que no tiene reparos en mostrar afectos y muy ligada a sus hijos, pues su conexión se da de manera "natural", biológica. En tanto, los padres son la expresión de la autoridad, los proveedores y sostenedores de su entorno y mantienen una relación casi periférica con sus descendientes.
Por lo que, desde el punto de vista de la moral social, no tiene las mismas implicaciones, ni se mide con los mismos raseros a una buena o mala madre, o a un buen o mal padre. El imaginario popular lo resume, con la simplificación más cruel, como que "madre hay una sola" y "padre es cualquiera". Ejemplos fehacientes de la mitificación de la maternidad y una de las tantas expropiaciones a que han sido sometidos los hombres.

Aun cuando la sociedad cubana es patrilineal (el primer apellido que es otorgado al hijo es el paterno), la paternidad puede reducirse, en muchos casos, a una pensión alimentaria, una visita o salida el fin de semana. Incluso, existe la tendencia legal de otorgar la guardia y custodia a la madre como portadora indiscutible de las cualidades y capacidades para la crianza, educación y afecto para sus hijos, desconociendo así las de los hombres.
Según los investigadores cubanos Ignacio González Labrador, Rosa María González Salvat y Emilia Miyar Pielga, en su artículo Padre o progenitor. El paternaje, su conceptualización, "al varón se le prepara para la convivencia social, se magnifica su virilidad, se sobreexige un determinado comportamiento sexual, se le reduce la expresión de sentimientos, se estimula su libertad, se refuerza su entrenamiento en el sexo, pero nunca se piensa en qué piensa el hombre con la llegada de un hijo. Poco se prepara al hombre para las vivencias y responsabilidades de este evento vital, se pierde de vista la educación y preparación de la paternidad".
Hoy, por ejemplo, todavía las clases de profilaxis son mayoritariamente para las gestantes (por cierto, no todas asisten), en tanto no todos los hospitales permiten la presencia del padre durante el alumbramiento.
"Después del parto, los hombres no se ocupan de los recién nacidos (es asunto de mujeres). El hombre resulta torpe e indiferente, incluso se considera un intruso entre el binomio madre-hijo. Durante todo este proceso (embarazo- parto- puerperio), hay modificaciones en los sentimientos, afectos y sexualidad masculina que hemos definido como paternaje (proceso que empieza con la gestación-parto-crianza del hijo, y que no termina nunca)", añade el colectivo de autores citado.
Agreguemos a esto que la posibilidad de cuidar al bebé, luego del período de lactancia materna y hasta el primer año de vida, era un derecho exclusivo de las féminas en Cuba hasta el 2003. Y aunque en la actualidad ya existe la "licencia de paternidad", son pocos los que se han acogido a ella. No solo porque, tal vez, tengan mejores salarios, sino y sobre todo, porque la madre no quiere "dejar solo al niño", "no se sienten capaces" o "qué van a decir los demás".
No obstante, algo está cambiando en la manera de representarse y asumirse como padres. De la mano del desarrollo de las féminas en el ámbito profesional, su acceso a cargos de dirección, la independencia económica, la plena decisión sobre su sexualidad, la redefinición de las relaciones entre hombres y mujeres, y la determinación de los roles en el espacio público y privado, llegó también una transformación al interior de la familia, en lo fundamental en el ejercicio de la paternidad entre los más jóvenes.
A Jorge Ernesto, Eric, Orismel, Oriel, Yoani, Isdel, la vida les cambió cuando nació su primer hijo. Unos provenían de un hogar donde la figura paterna siempre estuvo, brindando no solo bienestar material, sino amor; otros, por el contrario, crecieron con la ausencia como compañía.
Sin embargo, la llegada de sus bebés supuso un aprendizaje y práctica del modelo de padre que, alejado o apegado al que tuvieron en su infancia, consideran que es el mejor. Se les vio en las consultas acompañando a sus parejas y pendientes de la evolución del embarazo, con sus pequeños en brazos, en el parque, a la hora de comer o del baño. Cambiaron pañales con mucha pericia y en las madrugadas pasaron ratos en el sillón hasta verlos dormir. En mayor o menor medida, comparten las labores domésticas y sin problemas se quedan solos en casa si mamá demora o debe salir.
"Ver cómo crece y aprende lo que le enseño es la mayor gratificación. Cuando dice papá es lo más grande del mundo", comenta Jorge Ernesto, al hablar de su Nicole, una nena de tres años que le robó el corazón.
Para él, un buen padre tiene que ser cariñoso, preocupado por todo lo relacionado con los hijos, proporcionarle el mayor bienestar y seguridad.
Según la psicóloga Patricia Arés, "el primer cambio visible se aprecia en las parejas jóvenes, con formas de ejercicio de la paternidad muy cercanas y tiernas, en la primera etapa de desarrollo del niño". Pero, la especialista también advierte que estos cambios se desvanecen si ocurre el divorcio, "entonces, no sólo es un reto ser padre viviendo con los hijos, sino serlo cuando ya no se vive bajo el mismo techo. Es la parte más complicada de la paternidad en Cuba".

Un estudio realizado en la Universidad Central de Las Villas constató en varios grupos de reflexión compuestos por adolescentes y jóvenes, sus padres y abuelos que, en materia de representaciones sociales acerca de las funciones paternas, todos consideran ofrecer seguridad, dar afecto, transmitir valores, proveer el sustento económico y dar el ejemplo personal.
Sin embargo, cada grupo etáreo dejó marcados los límites de sus patrones. De manera que los abuelos ponderaron más el papel de guía y cabeza de familia, y dejaron de lado el afecto y la comunicación; los padres reconocieron insuficiencias en la relación afectiva con sus hijos; y los jóvenes dijeron sentirse mejor con los amigos porque en casa no reciben la comprensión y la confianza que necesitan.
"Las visiones oscilan desde la paternidad tradicional (autoritaria, proveedora y representativa) hasta la no tradicional (empática y participativa)", concluye el Doctor en Ciencias Ramón Rivero Pino, autor de la investigación. Y agrega que, según el estudio, predomina la imagen de un padre que transita de la primera forma a la segunda, cuya característica esencial es la ayuda a la madre en la atención y el cuidado de los hijos.
Pero no se trata de ayudar, sino compartir. A fin de cuentas un hijo es el resultado de dos. Un padre empático y participativo, que asuma con naturalidad lo que el amor y el cariño lo impulsan a hacer; que no le dé pena sentarse en un banco del parque a cambiar el pañal sucio del bebé; que exija su derecho a demostrar afecto o que limpie el hogar mientras la madre lacta será el mejor regalo para la personita que nunca escatimará una sonrisa y cuya primera palabra al comenzar a hablar, casi siempre, es papá.
http://www.invasor.cu/index.php/es/sociedad/5806-papa-yo-quiero-que-tu-i-parte

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