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martes, 21 de septiembre de 2010

No a la guerra

José Carlos Martínez Galán
21 de Septiembre, 2010
Recientemente, la protagonista de un caso real me ha contado la situación espeluznante en que vive. Tras un divorcio traumático, una auténtica guerra sin cuartel entre padre y madre de un niño y una niña, guerra en cuyo reparto de culpas no puedo ni quiero entrar, la madre obtuvo lo habitual: custodia, casa y pensión. De esto hace ya bastantes años, y la resolución judicial fue al uso de entonces.
La guerra no sólo no se atenuó por haber sido adjudicada la custodia monoparental, sino que se agravó. En sus visitas, el padre trataba por todos los medios de poner a los hijos en contra de la madre, y ella contraatacaba subrayando las maldades del padre.
Como no podía ser de otro modo, el mayor contacto de la madre con los hijos acabó inclinando artificialmente la balanza a su favor, y el padre se fue distanciando cada vez más de ellos, hasta casi perder el contacto. La llama de la guerra se mantuvo entonces en la forma de impagos de pensiones, o pagos retrasados, y de denuncias penales por todo.
Los hijos, que de todo fueron testigos, y en todo estuvieron en medio, tienen ahora más de 20 años y un trauma del que tal vez nunca puedan sanar. El chico templa su sufrimiento y lo mantiene a raya, pero la chica no ha podido más y ha estallado. Ahora arremete contra la madre, a la que culpa de todos sus sufrimientos; no le hace caso en nada; utiliza la casa a su antojo, llevando chicos como y cuando le da la gana; grita a su madre y ha llegado incluso a agredirla físicamente; le advierte que ella (la madre) tiene casa y pensión gracias a ella (la hija), y que si trata de interferir en su vida no tiene más que pedir la custodia paterna, y mandarla a ella (a la madre) a la calle sin casa ni pensión ni nada. Y eso que odia a su padre por haberla abandonado…
Naturalmente, la madre está destrozada. No quiere emprender acciones legales contra su hija, como no querría hacerlo cualquier padre o madre normal, porque la quiere como hija suya que es, pero al mismo tiempo, se siente maltratada y amenazada.
Como he dicho al principio, no soy quién para valorar culpas, pero lo cierto es que la guerra de los padres ha destrozado la vida de los hijos, y esa es una lección que todos debemos aprender. Los hijos no pueden ser moneda de cambio para obtener otros fines, sean los que fueren. Nuestros hijos tienen derecho a ser felices, y nosotros, padres y madres, tenemos obligación de hacerles felices. Y nuestras diferencias tendremos que dirimirlas en el huequecito que quede una vez que hayamos garantizado el bienestar de nuestros hijos.
Y éste es sólo un ejemplo. He sabido de muchos otros casos de hijos destrozados por padres guerreros y egoístas, que si alguien quiere conocer, puedo aquí contar.
Por favor, padres y madres que os estáis divorciando, no olvidéis nunca este ejemplo. Os puede pasar a vosotros. Les puede pasar a vuestros hijos.
http://josecarlosmartinezgalan.wordpress.com/2010/09/20/no-a-la-guerra/

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