22-09-09
Olga Hernández
Escritora
Aquí, en Matrix, me atreví a decir que no creo en la violencia de género pero no quise ir más allá porque no estoy acostumbrada a que me dejen continuar por esa senda. Luego, cuando tanta gente se ha sentido reivindicada en esta afirmación y cuando surgen iniciativas en materia de educación que me llenan de esperanza, he pensado que quizá había que explicarse mejor.
No creo en la violencia de género. Creo -o mejor dicho sé- que en un número creciente de hogares hay miembros de la familia que sufren maltrato, tortura e incluso la muerte a manos de otros miembros de la misma familia. La víctima puede ser la mujer o no, pero de lo que no cabe duda es de que la víctima siempre es aquel más débil. Por eso los hijos, los abuelos e incluso los maridos son víctimas potenciales. Reconocer a todas las víctimas no es una afrenta para ninguna en concreto. Que se sepa que hay padres ancianos maltratados por sus hijos no resta derechos a las mujeres maltratadas por sus parejas. Desde mi punto de vista, en ningún país civilizado hay lugar para las víctimas anecdóticas: cada persona cuenta. Y por desgracia los ancianos, niños y hombres maltratados no se circunscriben a cuatro casos.
La hipótesis de la violencia de género sólo explica una parte del fenómeno que contemplamos aterrados. La hipótesis de la impunidad lo explica todo entero. En España ya hace tiempo que huele a impunidad en el ambiente y quizá el peor tufillo lo exhala el entorno escolar ¿Es posible ubicar un policía en cada domicilio? No, no lo es. Pero aún estamos a tiempo de colocar un maestro.
Durante años me he preguntado –de vuelta a casa, con desesperación y en plena calle- si los derechos constitucionales de los niños quedan en suspenso conforme entran por la puerta de su escuela. Hay niños -y niñas- que reparten leña sin que el profesor tenga margen de maniobra para frenar el carácter dadivoso del pequeño malhechor.
Como madre sufridora toqué fondo el día en que en la puerta del aula de una de mis hijas colgaron una "Mà per a la Pau". Era una mano con sus cinco dedos y en cada uno de ellos, un lema: “no contestes del mismo modo”- rezaba el dedo corazón. El mensaje no era para los violentos, sino para sus víctimas. Ahí tomé consciencia de que el imperativo de la Paz se había convertido en una pesada carga atada a sus cuellos. Busqué un dedo con un “aquí está tu profesor para defenderte”. No lo encontré. Era la mismísima mano del irenismo -aunque yo entonces no lo supiese- la que me abofeteaba todos los días al abrir aquella puerta.
En las escuelas, los profesores presionan a los alumnos para que admitan con deportividad un grado de violencia que varía según los centros. ¿Por maldad? No: porque han sido desposeídos de su autoridad y careciendo de mecanismos para revertir ciertas situaciones, sólo les queda convivir con ellas. Los futuros adultos víctima se acostumbran poquito a poco a ser tratados con desconsideración de tal manera que, al llegar a la edad adulta, no reconocen las señales de peligro: ni en el comportamiento ajeno, ni en el propio.
Los que confundimos un día el estadio de adolescencia permanente con la proeza de cambiar el mundo no vamos a admitir que nos equivocamos así media España descuartice a la otra media. No hay más que ver la pachorra que despliegan los gabilondos parloteando de soluciones integrales mientras a algunos profesores les parten la crisma.
Pero yo aquí, en Matrix, esperanzada.
http://www.cope.es/22-09-09--esperanza-violencia-todo-genero-12136-opinion
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