Viernes 25 de septiembre de 2009
ÁNGELES CÁCERES Llevo unos días recibiendo información directa sobre la violencia en la infancia, y he de decir que duele. Mucho. Por lo común estos son temas hirientes que impresionan y entristecen, que a veces revuelven las tripas y que en más de una ocasión nos enfurecen, colocándonos al borde de perder los estribos. Por muy templado que se tenga el carácter, por muy antiviolencia que se sea, quién no ha sentido en algún momento el impulso de agarrar unas tijeras de podar de las más grandes y capar, directamente y sin intermediarios, a un pederasta, en especial si es uno de esos que se aprovechan de su condición (familiar, maestro, catequista, canguro) para acceder más fácilmente al niño y violentarlo, destrozándole la vida para los restos. Eso cuando lo dejan con vida, que como todos sabemos no es siempre.
Moderar un ciclo de conferencias en La Vila, que es lo que me encargó Armando Sala, de entrada no parecía algo que se fuese a diferenciar mucho de tantas otras actividades similares que una lleva desarrolladas a lo largo de los años. De entrada, digo; porque en cuanto vi el programa y los ponentes me di cuenta de que allí se iba a hablar de esas cosas que la mayoría de la gente prefiere mantener lo más ocultas posible, entre otras razones por lo que ya he dicho al principio: porque duelen. Y porque, a más de doler, dejan al descubierto los trapos sucios de nuestras más sagradas instituciones sociales, empezando por la familia y siguiendo por las escuelas.
Así que me apresté a oír una pila de cosas que con seguridad no iban a gustarme, y no me equivoqué. Ni siquiera en mi presentimiento inicial de que iba a aflorar una cierta tendencia a cargar las tintas sobre la "ingobernabilidad" de "esta infancia tan rebotada que nos ha tocado sufrir": como así fue. Lo cual que el muy mediático especialista en menores Javier Urra, (que, por cierto, con el circo televisivo de Belén Esteban y su Andreíta lo están poniendo a caldo) confirmó públicamente mi vieja impresión: por mucho que la gente se niegue a reconocerlo, los críos de ahora no son peores que los de antes. De lo que se desprende que si las cosas están tan mal como están el fallo no es de los niños sino de nosotros, o sea, de los adultos, que somos los responsables directos de la sociedad y los modos de vida que hemos preparado para ellos.
Tenía yo especial interés en la conferencia de Enrique Rodríguez Marín, jefe de la Sección Operativa de Protección al Menor, y ahí tampoco me equivoqué. Porque este muy bregado y bragado policía es también el jefe de la Brigada de Investigación Tecnológica, más conocida como la BIT, y eso, en los tiempos que corren, es como decir que trabaja diariamente con una bomba de relojería a punto de explotarle entre las manos. Mejor dicho, con una bomba que le explota cada vez que consiguen acorralar y descubrir una red de pederastia. Era tremendo oírle "que había que preparar cerros de tila" antes de mostrarle a una madre, en la pantalla del ordenador, las pruebas de que su marido estaba violando a sus propios hijos y colgando las imágenes en la red. Y mucho más tremendo ver las imágenes, que se iniciaron con la de un bebé obligado a hacer una felación y siguieron con toda clase de agresiones y vejaciones a niños, desde la cuna hasta la adolescencia.
Y tan tremendo, o más, fue saber por su propia boca que en cuanto cuelgas una imagen en la red, estás vendido para los restos; con lo cual las felices mamás que meten las tiernas fotos de sus bebés en su "facebook", ni de lejos sospechan que hay quien, precisamente a través de esa red, vende niños que son fáciles de localizar, seguir y secuestrarÉ porque en el "facebook" le gente mete también su perfil y sus datos. Y escucharle apercibirnos, una vez más, contra el gravísimo riesgo de un niño solo en su cuarto frente a un ordenador que le deja en manos de cualquiera. Y escucharle decir, con desaliento infinito, que las agresiones no se denuncian, que se silencian por vergüenza o por miedo, dificultando al máximo cualquier investigación; y que la BIT, en tecnología, siempre va por detrás de los delincuentes, que adquieren los últimos modelos de ordenadores continuamente; y que, a veces, ellos se dejan la piel persiguiendo a los pederastas, y cuando los tienen pillados "Sus Señorías los dejan en la calle". Porque esas cosas, por muy inconcebibles que parezcan y por mucho que duelan, pasan y estamos cansados de verlas.
De todos modos, quizá uno de los datos de estos días que más me ha arañado ha sido el que dio la psicóloga Pepa Horno: las agresiones de niños a sus padres no llegan a 10.000 en el país; las de padres a sus hijos menores y bebés pasan de 10.000 por Comunidad Autonóma, la diferencia es sangrante. Comparó la psicóloga la abundancia de campañas contra el maltrato a mujeres, y la precariedad de las dirigidas contra el maltrato infantil, algo tan real como poco percibido. Seguramente porque el maltrato infantil está largamente enraizado en nuestra cultura, y se nos olvida que a un niño se le puede violentar de muchas maneras. Y que todas ellas le hieren y le dejan una cicatriz indeleble.
http://www.diarioinformacion.com/secciones/noticiaOpinion.jsp?pRef=2009092500_8_934351__Opinion-infancia-violentada
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