08-04-2010
La mujer entra por la puerta de casa, resollando, los ojos saliéndose de sus órbitas. Farfulla para sus adentros expresiones ininteligibles. Su marido la mira desde el sofá del salón, periódico en mano. Qué puñetas pasará ahora, piensa. Se teme cualquier cosa, y en todo caso, sabe que se acabó la breve paz de la que disfrutaba leyendo la crónica del último partido de liga de su equipo.
-¿Por qué leches declaras en la declaración de la renta tantos ingresos, bobo? ¿No puedes hacer como todo el mundo, que se las arregla para que siempre le salga a devolver y para ocultar parte de lo que gana? -le grita la esposa, fuera de sí.
–¿A qué viene esto, Piluca? ¿No me dices siempre que tenemos que tener más dinero para dar a nuestros hijos lo mejor? ¿En qué quedamos, cariñín? -el marido la interpela, de modo suave, no vaya a ser que se despierte la bestia.
–Mira Raimundo, lo único que sé es que nuestros niños, a lo mejor, Dios no lo quiera, no pueden entrar en los Escolapios, porque uno de los baremos es el de los ingresos, y ¡claro!, mientras los hijos de mis amigas Cuca, Pochola, y Sabelita son admitidos porque sus maridos tienen buenos asesores fiscales, Cayetano y Borjita tienen que ir a otro colegio. ¡Jesús, qué bochorno, que soponcio me va a dar en el brunch del club de golf si los tenemos que enviar a una escuela pública!
El marido opta por callar. Al fin y al cabo, tampoco sería tan grave que sus niños se despegaran de los consentidos e impertinentes hijos de las amigas pijas de su mujer; a lo mejor así se les pasa la tontería.
-¡Ya sé! -grita la esposa- ¡Nos separamos oficialmente y me alquilas un pisito cerca de los Escolapios; me empadrono allí con los hijos, y cuando sean admitidos en el colegio, nos volvemos a juntar, pocholín, y diremos que todo ha sido mero calentón. ¿Sabes? He leído que las familias monoparentales, o sea, de hijos y padre o madre, ¿sabes?, tienen la misma preferencia que las numerosas a la hora de admitir a sus hijos como alumnos en los centros concertados. ¿Qué te parece, cari?.
Al marido, que odia que su mujer le llame pocholín, se le empieza a dibujar un semblante casi patibulario.
-¿Pero te has vuelto loca, Piluca? ¿Sabes el lío que es eso? Ahora investigan mucho esas triquiñuelas los inspectores de educación. ¿Cómo que te pongo un pisito de alquiler? Ni que fueras mi amante…
Justo después de decir la última frase, el marido maldice la hora en que abrió la boca.
-¿Qué has dicho Raimundo? ¿Amante? ¿Tienes una amante? -le interroga la mujer, cual alta inquisidora, plantada de pie, brazos en jarra, frente a su marido.
–Cariñín, ¿cómo voy a tener una amante, con lo que yo te quiero? ¡Pero si sólo voy de casa al trabajo y del trabajo a casa! ¡Si no tengo tiempo para nada más!
La mujer contraataca, desenfrenadamente.
-¡Ah, sólo por falta de tiempo no tienes una amante! ¡Anda que lo estas arreglando, Raimundo! Mira que al final nos vamos a separar, pero de verdad, y te juro que te desplumo, aunque sólo sea para que Cayetano y Borjita tengan de todo y reciban la mejor educación. Eso sí, a mí me dejas la casa, me pasas una buena pensión, y sigues pagando la cuota del club de golf y las clases de hípica. Y Raimundo, que estaba tan tranquilo leyendo la crónica de su Atleti, sin amante, pero sin nadie que le molestase, arrumbado por la ira conyugal, se imagina una vida sin Escolapios, sin club de golf, sin Cucas, Pocholas ni Sabelitas, y piensa que tampoco sería tan grave una separación, eso sí, con sus hijos Cayetano y Borja (siempre odió que le llamasen Borjita). Mas solo fue una idea pasajera.
http://www.laregion.es/opinion/7947/
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